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El colectivismo y la destrucción moral

 Por Gabriel Boragina ©

 

Hemos hecho –como nuestros lectores saben- muchos análisis del colectivismo desde el punto de vista económico y político, pero quizás el más importante lo ha realizado el fenomenal premio Nobel en Economía F.A. v. Hayek, en uno de sus libros más importantes de todos los tiempos y que citaremos a continuación, en donde, sin descuidar esos aspectos, se concentró con especial énfasis en los efectos letales que tiene el colectivismo para la moral individual.

En el párrafo que vamos a transcribir, se refería con especial atención al pueblo británico, pero estos conceptos son aplicables -en nuestra opinión- a cualquier otro de cualquier parte del mundo.

Y nos dice así que:

"Hay un aspecto en el cambio de los valores morales provocado por el avance del colectivismo que ahora ofrece especial alimento para la meditación. Y es que las virtudes que cada vez se tienen menos en estima v que, consiguientemente se van enrareciendo son precisamente aquellas de las que más se enorgullecía, con justicia, el pueblo británico y en las que se le reconocía, generalmente, superioridad. Las virtudes que el pueblo británico poseía en un grado superior a casi todos los demás pueblos, exceptuando tan sólo algunos de los más pequeños, como el suizo y el holandés, fueron independencia y confianza en sí mismo, iniciativa individual y responsabilidad local, eficaz predilección por la actividad voluntaria, consideración hacia el prójimo y tolerancia para lo diferente y lo extraño, respeto de la costumbre y la tradición y un sano recelo del poder y la autoridad. La energía, el carácter y los hechos británicos son, en una gran parte, el resultado del cultivo de lo espontáneo. Pero casi todas las tradiciones e instituciones en las que el genio moral británico ha encontrado su expresión más característica y que, a su vez, han moldeado el carácter nacional y el clima moral entero de Inglaterra, son aquellas que el avance del colectivismo y sus inherentes tendencias centralizadoras están destruyendo progresivamente."[1]

Hoy -a la distancia del tiempo- podemos afirmar que esas cualidades, que Friedrich A. von Hayek advertía que el pueblo británico iba perdiendo en virtud de la acción corrosiva del colectivismo, casi han desaparecido por completo de la faz de la tierra

Esto indica claramente que el colectivismo comienza actuando a nivel individual, destruyendo tales integridades y luego se va extendiendo, de persona a persona, como una mancha de aceite hasta abarcar cada vez más numerosos grupos sociales y terminando por afectar a toda la sociedad de manera completa.

En nuestro continente lo notamos, y esta tan ampliamente extendido que ya a casi nadie le parece algo extraño y lo peor, malo o perverso.

La responsabilidad individual y el orgullo que ella representaba para quien la ostentaba es -hoy en día- un artículo de museo social. La independencia individual ha sido reemplazada por la dependencia estatal. Cada vez son más las personas que anhelan tener un dueño de quien depender, y esto da pábulo al paternalismo estatal.

Las estadísticas más difundidas revelan que la generalidad de los jóvenes anhela conseguir un empleo en la administración pública, o cualquier otra repartición estatal. Los empleos que se buscan en el sector privado son cada vez más escasos. Esto se debe al avance del estatismo en casi todos los campos.

En lo económico la intervención estatal ha ido carcomiendo la iniciativa privada. Recordemos la enseñanza del maestro Ludwig von Mises: cada dólar que gasta el gobierno es un dólar menos en el bolsillo de la gente. Esta breve pero medulosa lección tiene implicancias muy profundas. Explica que la expansión estatal ocasiona invariablemente una contracción -de la misma proporción- en la actividad privada.

En definitiva la conclusión a la que se arriba siguiendo estas verdades es que toda crisis económica tiene como precedente una crisis moral. Y esto es precisamente lo que consigue el colectivismo. Es su fruto natural.

Es cierto que, la palabra colectivismo está siendo desusada en nuestro medio, pero no debemos olvidar que de él derivan los populismos (término hoy más frecuente) en sus diversas variantes ya estudiadas: el socialista, el fascista y el nazista. Puede decirse que el más extendido de los tres hoy en día es el fascista.

Su éxito ha consistido en algo que, a la vez es –paradójicamente- muy obvio para los estudiosos y muy poco evidente para la mayor parte de la gente.

Consiste en que, mientras parece respetarse la propiedad privada, en realidad, tal respeto es sólo aparente, dado que se trata meramente de una propiedad nominal que oculta tras su fachada el hecho cierto que esa propiedad, en contexto, esta siendo detentada por el gobierno/estado. Por eso mismo, por ser tan poco obvio para las grandes masas, el fascismo ha logrado infiltrarse en la gran parte de las legislaciones del mundo como lo es en la Argentina.

En su mérito, va siendo hora que retomemos el uso del vocablo y continuemos explicando cuales son todas sus derivaciones nefastas. Porque este es un problema que continua afectando a nuestras sociedades y -por lo tanto- a sus economías.

Sin embargo, notemos que F.A. v. Hayek también indica que esas virtudes no estaban extendidas en el mundo, ya que sólo cita tres pueblos que las destacaban: el suizo, el holandés y el británico. Y los caracteriza por el tamaño. Por eso, el británico era donde tales cualidades encontraban su más amplia extensión. Y eso lo hacía admirable. Hoy en día, las cosas resultan diferentes, y la visión de F.A. v. Hayek tornaba sus palabras en cuasi proféticas. Ya que aun en esos pueblos el colectivismo ha hecho sus estragos. Con todo, suizos y holandeses siguen siendo los menos perjudicados por su avance arrollador.

La confianza en sí mismo ha sido desplazada por la confianza en esa entidad abstracta y etérea que es el estado/gobierno. Todo o casi todo se espera de él, cuando detrás de esa máscara no hay más que personas comunes, muchas de ellas con un nivel muy bajo de educación y cultura, pero dotadas de ese gran poder mítico que le otorgan los votos o el poder por el poder mismo.


[1] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 259-260

 

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