Por Gabriel Boragina ©
De un tiempo a esta parte en países como la Argentina los políticos han venido incorporando en sus alocuciones públicas un cierto vocabulario liberal. Esto se ha visto reforzado por el retorno al poder político del peronismo (ahora en su variante FdT ''Frente de Todos'') con su proyecto totalitario siempre ''bajo del brazo''. En consecuencia, la oposición se vio forzada a radicalizarse (al menos en el lenguaje) para marcar las diferencias y no perder el apoyo de su franja de votantes.
Muchos, erróneamente, han interpretado este fenómeno como un ''rebrote'' del liberalismo, cuyo efímero paso por el país tuvo lugar a fines de los años 80 y la primera mitad de la década del 90, para luego diluirse casi por completo dejando abierto el camino para la vuelta del peronismo en su versión tradicional pese a los cambios de personajes y el consabido canje de rótulos al que los distintos sectores del ''movimiento'' son tan afectos (la palabra ''Frente'' seguida de cualquier otro vocablo insustancial y vacuo de contenido sirve, al menos, para dar la impresión a los incautos de que se está ante algo ''nuevo'' o ''diferente'', ya que para ellos los contenidos ideológicos no importan tanto sino más bien los rótulos que, cuanto más sensacionalistas, impactantes y pegadizos, mejor).
Esto se ha debido más a un fenómeno mediático que a una verdadera transformación en las ideas. Distintos personajes que dicen ''defender'' ideas liberales gozan de más espacio televisivo y radial que el que supieron conseguir los liberales del pasado. De cualquier manera, los productores y conductores de esos programas los exhiben como verdaderas rarezas frente a un auditorio y una pluralidad de panelistas e invitados marcadamente antiliberales.
Pero el objeto de estas reflexiones es que tengamos en claro la diferencia entre la idea y la coherencia liberal y el discurso o vocabulario liberal. La gente común (que ignora en esencia en que consiste el liberalismo, o bien tiene una idea estereotipada y errada del mismo) no está en condiciones de notar la barrera entre el discurso y la acción. A lo que se adiciona el típico problema del doble discurso tan frecuente en los políticos.
Hemos analizado otras veces, dos ámbitos diferentes donde este problema se presenta: el político y el académico. Prestemos nuevamente atención ahora al político.
Tengo detectados tres motivos por los cuales la gente quiere ingresar al mundo de la política:
1. Para hacer dinero y enriquecerse al máximo.
2. Para ser famoso/a.
3. Para dar un servicio a la patria.
El orden que he dado es de mayor a menor en términos cuantitativos, y no sé si el grupo 3 llega al 10 % del total siendo marcadamente optimista en el cálculo. Cada día que pasa me parece que este porcentaje estimado es exageradamente ilusorio. Pero si damos por bueno ese 10%, resulta claro que el 90% se reparte entre los dos primeros grupos.
1 y 2 podrían incluso combinarse, pero difícilmente lo harían con la tercer y última categoría, salvo algún caso extraño que sinceramente no conozco.
Por una suerte de ingenuidad política difícil de explicar en términos sociológicos, la gente tiene tendencia a pensar que el único motivo de querer integrar el campo político es el 3, y que los dos primeros son los minoritarios, excepciones, o los menos numerosos, es decir, exactamente a la inversa de lo que la realidad demuestra, no sólo a diario sino desde hace largas décadas.
La cuestión se complica cuando, para conseguir dicho acceso, los tres grupos echan mano a los argumentos que se ponen de moda y que perciben que la ciudadanía tendría en cuenta al emitir sus sufragios. Si el discurso que conviene al momento es más de corte populista se acudirá a él. Desde otro sesgo, si encaja mejor un discurso más ''liberal'' será ese el que se usará. No es nuevo esto en la experiencia política del país. Menem usó ese discurso para sostenerse en el poder durante sus dos gobiernos.
¿Cómo reconocer a estos falsos ''liberales'' que -en realidad- son una variante de los falsos profetas de los cuales nos advertía Jesús?:
Mat 7:15 Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
Mat 7:16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?
Mat 7:17 Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos.
Mat 7:18 Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos.
Mat 7:19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego.
Mat 7:20 Así que, por sus frutos los conoceréis.
Parafraseando al Señor, estos falsos profetas políticos que nos auguran ‘’El Cielo en la Tierra’’ serán reconocidos por sus frutos, es decir, por el resultado de sus acciones. Y serán esos resultados los que los terminarán desenmascarando. El problema consiste en que muchos son los que prefieren a los falsos profetas que aseguran ‘’soluciones mágicas’’ y los siguen eligiendo. La historia política argentina lo confirma.
El fracaso del llamado ''liberalismo político''
¿Por qué fracasan las efímeras experiencias liberales en el país? Dentro del abanico de explicaciones posibles creemos que destaca que el electorado cuando vota exige de sus elegidos (o al menos tiene la expectativa de) soluciones rápidas, fáciles e indoloras. Y el liberalismo nunca puede ofrecer eso. Eso sí lo promete tajantemente (y lo ha hecho siempre en el transcurro de la historia) el colectivismo (socialismo, populismo, socialdemocracia, etc.)
Entonces, cuando un candidato que se autodenomina ''liberal/libertario'' -o ‘’se vende’’ como tal- asevera en campaña y ‘’en nombre’’ del ''liberalismo'' un resultado idéntico o parecido al que la izquierda colectivista le ''asegura'' al votante, se desacredita, no tanto a sí mismo como al liberalismo que dice ''defender'' y ''representar''.
La situación empeora notablemente cuando desde el campo académico –y para mayor sorpresa- distinguidos liberales han perdido nivel al elogiar en términos manifiestamente desproporcionados a algunos de estos oportunistas que posan de ‘’liberales’’ pero que, por sus primeros frutos, demuestran estar lejos de serlo.
Parece que va tomando cuerpo lo que -desde distintos ángulos de análisis- se ha dado en llamar la crisis del liberalismo. Muy lamentable.
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