Accion Humana

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Revista Digital

Las guerras

 Por Gabriel Boragina ©

 

Las guerras en el curso de la historia siempre han sido desatadas por los gobiernos. Muy raramente un pueblo espontáneamente se ha alzado en guerra contra otro. Al menos yo no conozco ningún caso donde ello haya ocurrido. Detrás de todas las guerras que he estudiado siempre ha habido un móvil político que la desencadenara. Los pueblos sólo las sufren, porque son ellos las víctimas más importantes y -en la mayoría de los casos- las únicas víctimas. Inaudita vez se ha visto a un gobernante en la primera línea del frente de batalla batiéndose -cuerpo a cuerpo- contra el enemigo ocasional frente al cual le tocara combatir.

Claro que, ha habido casos en donde grupos -a veces numerosos- de civiles han apoyado tal o cual guerra, sobre todo cuando se la considera ‘’defensiva’’. Los líderes políticos jamás se culpan a sí mismos, ni de causarlas, ni de tener que enfrentarlas. Atribuyen el mal al gobierno enemigo o al pueblo de ese país al que, demagógicamente, también declaran enemigo.

Hay muchos mitos populares detrás de las guerras o -mejor dicho- de lo que la gente común y corriente piensa de ellas. Todavía hay personas que creen que las guerras sólo se dan entre países de diferentes ideologías (v. gr. Capitalistas contra comunistas/socialistas y viceversa) pero, más allá de aclarar, cómo tantas veces lo hacemos, que los países como tales no tienen ideologías sino que -en su caso- son las personas las que las tienen, la historia demuestra la falsedad de tal generalizada creencia.

L. v. Mises narra en su libro Caos planificado que durante la primera guerra mundial los socialistas italianos (de entre los cuales provenía y sobresalía quien luego sería el fundador del fascismo en dicho país, el Duce Benito Mussolini) sostenían que dicha guerra era entre ''países capitalistas'', lo que claramente consistía en un completo absurdo. La realidad manifiesta que difícilmente haya móviles ‘’ideológicos’’ detrás de las guerras, excepto que se considerara el ansia de poder y de lucro como ideologías, algo que es bastante discutible ya de por sí. Resulta tema opinable decir que la ideología del ladrón es robar, pero nos llevaría a debatir el significado de palabra ideología que no es el argumento que nos interesa abordar ahora, porque ya lo hemos hecho en otras ocasiones. De todos modos, si alguien quiere incluir al poder dentro de las ideologías nuestro análisis no cambiará en absoluto.

Con todo, predomina entre la opinión pública mayoritaria la idea que los motivos subyacentes de toda guerra hay que buscarlos en las ideologías, dentro de las cuales la que prevalece -en los tiempos modernos- es la del nacionalismo, así como en la antigüedad lo fue la religión. Aunque las llamadas ''guerras religiosas'' pensamos que en el fondo también eran guerras políticas. Lo que ocurría era que, en aquellos tiempos, la religión se politizó, y cuando reyes y monarcas pretendieron monopolizar sus respectivas religiones (en las cuales -según parece- muy pocos de ellos creían) fue cuando se desataron las guerras ‘’religiosas’’. De la religión también se hizo una ideología (o varias según religiones existían). El curso de las épocas determinó que las religiones paulatinamente se despolitizaran y se pasaran a politizar otras cosas.

En suma, la moraleja es que -detrás de todo conflicto- siempre aparece la política y los políticos. En eso la historia no ha cambiado nada.

Por eso, nosotros, sin embargo, creemos más bien que las ideologías sirven de perfecta excusa a políticos sedientos de poder económico no para sus pueblos sino para sí mismos. Estos líderes están convencidos que el poder político es el único puente y camino de acceso al poder económico y, a mayor poder político más poder económico.

Esta es la razón por la cual buscan perpetuarse en el poder, o regresar a él tan pronto como las circunstancias políticas lo permitan (sea por las vías democráticas donde existe esta tradición, o por las de hecho –de facto- donde no haya democracia o no este entre las costumbres políticas de los pueblos en análisis (por caso, las naciones de Europa del Este, Oriente Medio, Asia y Extremo Oriente, carecen de una tradición histórica que los apegue a formas democráticas de poder, por eso las allí mal llamadas ‘’democracias’’ son tan inestables o directamente inexistentes).

La cuestión pasa por entender que no existen los ‘’intereses colectivos’’ (llámense nacionales, populares, socialistas, izquierdistas, de Estado, etc.) sino que todos los intereses del mundo son personales o, más precisamente, individuales. Lo que se denomina individualismo no implica otra cosa más que reconocer este fenómeno. Pueden algunos coincidir con otros, pero sólo ocasionalmente esa coincidencia será del 100%. Y si lo fuera, más extrañamente todavía lo serán permanentes. Son estos choques de intereses los que -cuando se tratan de los de las personas que detentan alguna cuota importante de poder- desatan confrontaciones y, por consiguiente, guerras, ya sean estas internas o externas, no importa donde estén localizadas.

A veces se dice del tirano que declara una guerra que se trata de un loco. La barrera que separa al demente del criminal es difícil de trazar y -en última instancia- desde el punto de vista social es una cuestión del todo irrelevante.

Si bien es cierto que una psicosis grave -en algunos casos- puede conducir a un crimen (o a muchos) es complicado determinar en tales supuestos cual es el grado de conciencia del político criminal. En términos jurídicos, cuál sería su premeditación y alevosía.

Pero –aun así- siempre sostuve que cuando el daño a otro es altamente probable, hay que evitarlo sin reparar si se trata de un móvil perjudicial consciente o inconsciente en el agente, ya que -desde el ángulo de la o las victimas (que es el que importa al fin y al cabo)- este detalle es intrascendente, y que la reclusión al criminal (psicópata o no) se impone sin demoras, excusas, ni atenuantes. Lo único que debe tenerse en ponderación es el grado de peligrosidad del sujeto en cuestión. Y si ese grado de peligrosidad es alto no hay atenuantes que valgan. Si se trata de alguien que está al mando de una nación -y no es posible, por cualquier circunstancia, su derrocamiento, juicio y castigo- su liquidación está plenamente justificada.

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