Por Gabriel Boragina ©
‘’Cooperando cada uno de nosotros hace lo que puede hacer mejor e intercambia los excedentes. Un sistema que se auto-regula cooperativamente por el principio de simpatía que vamos y hacemos cosas según esa inclinación natural’’[1]
En realidad, la palabra simpatía no parece la más adecuada excepto que el autor este dándole un sentido que no aparece nítido de entrada. Como dijo Adam Smith, no es por caridad ni por benevolencia hacia el prójimo que la gente intercambia sino por pura necesidad, es decir para satisfacer sus propios intereses egoístas (aquí la palabra egoísmo se emplea como sinónimo de interés propio, que era el mismo sentido que le daba L. v. Mises, y no en el significado peyorativo que normalmente se le otorga).
Si se quiere decir por ‘’simpatía’’ que hacemos las cosas que más nos gustan, es notorio que, a veces, lo que más nos gusta no es lo que hacemos mejor. De allí que, el término no resulte del todo feliz. Tampoco lo es si por simpatía se quiere referir que hacemos cosas bien porque los demás nos resultan simpáticos, lo que claramente tampoco es real, salvo en situaciones muy puntuales.
‘’¿Esto qué produce? Dicen los economistas que, mutatis mutandis, cambiando lo que haya que cambiar, el principio de división del trabajo aplicado a las naciones, países, regiones, se convierte en el concepto de ventajas comparativas, es decir, las colectividades, las instituciones, las sociedades, zonas, regiones o países, tienen ventajas comparativas unas respecto de otras. Hay un país que puede hacer una cosa mejor que otra, entonces no tiene sentido que todos hagan todo sino que todos descubran dentro del principio de división del trabajo qué pueden hacer mejor y exploten lo que puede hacer mejor’’[2]
Sin embargo, no todos los economistas sostienen esa teoría. Se puede decir que -con excepción de los economistas liberales- nadie más participa de esa tesis. De lo contrario, el mundo no estaría tan mal económicamente como lo está. De hecho, antes del siglo XVIII la gran mayoría del mundo era proteccionista, y los teóricos que se ocupaban del tema propiciaban la autarquía por encima del librecambio.
La Edad Antigua, Media y Moderna (en la clásica aunque bastante cuestionable división escolar de las etapas históricas) fueron dominadas prácticamente por el feudalismo, el que luego -paulatinamente según zonas y momentos- fue siendo reemplazado por el mercantilismo. Imperaba en la época el Dogma Montaigne llamado así por el pensador francés de ese tiempo que sintetizaba el problema bajo el apotegma que formuló por el cual según él ‘’La pobreza de los pobres era consecuencia de la riqueza de los ricos'’, y fue en base a esta popular falacia que se cimentaron las ideas proteccionistas primero y socialistas después. En tal sentido, Montaigne fue un temprano precursor del marxismo.
Muy tardíamente, hacia finales del siglo mencionado antes (XVIII) trabajosamente fueron tomando cuerpo las primeras ideas librecambistas. Sin embargo el siglo XX con el advenimiento del socialismo representó históricamente una regresión a las épocas más primitivas del mundo, con una vuelta hacia las economías tribales de subsistencia. Aunque pareciera de toda obviedad, lo que expone el párrafo citado sigue siendo al día de hoy una teoría cuasi revolucionaria aceptada por muy pocos.
Pero el autor comentado sigue explicando el modelo :
‘’El ejemplo prototípico es Chile, que ha creado toda su filosofía y su política económica en la explotación de su ventaja comparativa y ¿Cuál es su ventaja comparativa? La estación cambiada. Cuando los agricultores chilenos descubrieron una cosa obvia, que están al sur del Ecuador y pueden vender fruta al norte cuando allá es invierno, se volvieron ricos porque en lugar pretender ser un país desarrollado haciendo fábricas para competir con los chinos, cosa que nunca podrían hacer, decidieron vender manzanas, flores, peras y salmones, al norte. Es decir, vender en Ámsterdam, Frankfurt o en Londres un ramo de rosas por San Valentín no vale lo mismo que venderlo en Lima o Bogotá, donde es verano, pero al norte, donde no es verano, explotas a un precio distinto’’[3]
En realidad, el ejemplo aplicaría no sólo a Chile sino también a la Argentina antes de la llegada del populismo en la década del 40 hasta la fecha. La grandeza de la economía argentina residió (hasta principios del siglo pasado) en su carácter de productor y exportador de artículos primarios (denominación clásica que se les da a aquellos que son de origen agropecuario y ganadero).
En aquella época las ideas liberales estaban más aceptadas (si bien no plenamente) que con posterioridad. La Argentina se especializó en lo que sus ventajas naturales le permitían y, en base a ello, se convirtió en un país agroexportador, colocando sus productos en los mercados internacionales con gran aprobación. Todo esto duró hasta que las teorías intervencionistas y proteccionistas fueron ganando terreno hacia finales de la década del 30 y fueron abriéndose camino hasta la actualidad. Fue a partir de allí que se inició la vía hacia el subdesarrollo del país en el que continua sumido a hoy.
El peronismo significó el apogeo de estas ideas retardatarias, y su inexplicable vigencia la causa de la frustración y postergación del país hasta hoy. Incluso en los breves intervalos en los que no fue gobierno sus eventuales reemplazantes dieron una suerte de continuidad (aunque en sus discursos lo negaran) a sus más perversas prácticas, las que apenas se atrevieron a suavizar un poco, o darles una apariencia más ‘’presentable’’, pero en ningún caso representaron una erradicación de cuajo de su proteccionismo e inclinaciones autárquicas.
Pero otro tanto ocurrió con los demás países de la región en distintos grados, variantes y periodos. Chile fue quien, quizás, mejor mantuvo la filosofía que expone el autor comentado. Pero al momento de escribir estas líneas un gobierno de corte comunista amenaza con sumir al país nuevamente en la autarquía, lo que equivaldría a destruir lo que con tanto esfuerzo se obtuvo.
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