Accion Humana

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Revista Digital

Antisistema, liberales y gradualismo

Por Gabriel Boragina ©

Hasta aquí hemos clasificado dos categorías de individuos antisistema:

1.                  El utópico (Ver : primera parte - segunda parte)

2.                  El hipócrita (Ver : primera parte - segunda parte)

Vamos a agregar a nuestra clasificación un tercer tipo, que muy poco o nada tiene que ver con los dos primeros grupos, y que podríamos llamar realista o racional.

Recordadas[1] las características de los grupos 1 y 2, este tercer grupo se define por exclusión de ellas.

Pero ahora añadiremos que, los dos primeros grupos tienen algo en común de lo que adolece el tercero, y es lo que los lógicos han llamado la falacia de la falsa causa. Para saber de qué se trata, vamos a citar a un lógico que es el que mejor la explica:

 

‘’Falacia de la FALSA CAUSA

Utilizamos el término genérico de Falacia de la falsa causa para referirnos a todos los errores en la argumentación causal. Tradicionalmente se la conoce como falacia de non causa pro causa (tomar por causa lo que no es causa).

Vamos a dividirla en dos variedades, según el tipo de error que la origine:

a. falacias por confusión de una condición necesaria con una condición suficiente.

b. falacias por olvido de alternativas.

a. Falacias por tomar una condición necesaria como si fuera suficiente

Se producen cuando atribuimos la responsabilidad causal a una condición necesaria, o sea, a un componente de la causa. Es frecuentísima.

 

No hay razón para que se pare el coche. Tiene gasolina de sobra.

Déjese usted de historias. El paro aumenta porque hay muchas huelgas.

 

Simplificamos al considerar únicamente un aspecto del asunto. Puede replicarse: es eso, pero no sólo eso. Todos sabemos que el desempleo no responde a una causa única. Puede aumentar por razones demográficas, económicas, laborales o sociales (cambios en la política de inmigración, incorporación de la mujer, etc.) ’’[2]

 

De esta manera el antisistema 1 y 2 incurre en esta falacia cuando atribuye todos los males del mundo al sistema que combate.

No hay un solo sistema que pueda considerarse causa de ‘’todos esos males’’. Pero además los sistemas son concausales.

En consecuencia, incide en la falacia de generalización cuando el antisistema toma uno de ellos y le atribuye todos los males, creyendo que mediante su supresión o transformación todo, absolutamente todo, quedará solucionado.

Por ejemplo, es frecuente que se tome el sistema económico y se lo simplifique considerándoselo culpable del resto de los males sociales.

Pero el problema es que no hay un solo sistema económico.

Aun obviando lo anterior, la realidad es que, el sistema económico (y dependiendo de cuál sea) es una condición necesaria del mal social, pero no es la única, y por ello, no opera como condición suficiente de él. Hay otras causas que, sumadas a la económica, serán condición suficiente para el malestar social. Entre ellas encontraremos familiares, educativas, políticas, culturales, filosóficas, religiosas, periodísticas, etc. Y estos últimos, a su vez, son sistemas y subsistemas.

Es decir, el antisistema 1 y 2 omite los factores multicausales y concausales, y se concentra en una sola causa, que -a su vez- agiganta y eclipsa a todas las demás, hasta el punto de ignorarlas o directamente negarlas, convirtiendo su antisistema en utópico. Por ello, incursiona en la falacia lógica de falsa causa.

Vamos ahora al grupo que clasificamos como número 3 y rotulamos racional o realista (o expresiones equivalentes).

Este grupo (recordemos contrario al 1 y 2) reconoce pluralidad de causas a los problemas sociales. No los generaliza, y admite que no tiene todas las respuestas ni, mucho menos, todas las soluciones en el sistema que patrocina, y que hace esto último porque su sistema tiene las mejores soluciones a algunos problemas que podrían contribuir a resolver otros problemas derivados de los primeros.

En este grupo 3, se enrolan los liberales. Estos son personas estudiosas y humildes, convencidas que las modificaciones sociales duraderas se dan sólo evolutivamente, ya sea dentro del sistema a reformar, o desde fuera del mismo, mediante un mecanismo que (aunque disguste a un gran número de personas) se presenta gradualmente.

Este último vocablo, que exaspera a muchos (incluidos los grupos 1 y 2) implica una serie de pasos -o etapas escalonadas- que es necesario atravesar, como sucede con el alpinista que quiere llegar a la cima escalando una montaña (ningún montañero puede sostener que con el primer paso ya habrá llegado al pico de la cumbre) pero nada dice sobre la velocidad de cada paso. No debería ser necesario explicar a nadie que, ni todos los escaladores son iguales, ni tampoco lo son todos los montes a trepar.

En suma, no se pueden saltar etapas pero, en determinados casos, pueden recorrerse más o menos aprisa que en otros.

Sucede que los grados de cualquier evolución natural no deben confundirse con lo que se ha denominado con una palabra parecida pero que, en esencia, significa otra cosa distinta a lo naturalmente gradual. Esta palabra es gradualismo.

El gradualismo no necesariamente se refiere a las mudanzas evolutivas sino que con aquel vocablo se alude a un proceso deliberado que, por lo general, es puesto en marcha por una persona o un pequeño grupo de ellas con un fin preestablecido por esas mismas personas.

Por contraste, la evolución representa también un mecanismo gradual, pero este no es premeditado en el sentido que es el fruto de un planificador humano único o acompañado por un grupo. Sino que es la consecuencia de toda una serie de nuevas ideas que han sido adoptadas de manera casi inconsciente por la sociedad, y hacen que los individuos obren en consecuencia.

No encontramos una palabra única que grafique las variaciones sucesivas que se dan evolutivamente, por eso distinguiremos entre el gradualismo intencional y el gradualismo evolutivo. El primero artificial y el segundo natural. El primero puede ser malo y acarrear consecuencias nocivas al proceso social si va en contra del segundo. Y -paradójicamente- el segundo puede implicar conmutaciones mucho más aceleradas comparativamente que las propuestas por el primero, con lo que el gradualismo provocado puede significar un estancamiento y, si va en contra, una involución.

Concluimos de todo lo anterior que, el liberal no es un antisistema sino un prosistema, ya que suscribe el orden espontáneo pregonado por F. A. v. Hayek, que reconoce que los cambios son fruto de la acción humana pero no del designio humano. En tanto, el antisistema es el constructivista que el mismo F. A. v. Hayek también describió con tanta certeza.



[1] Ver los links de arriba.

[2] © Ricardo García Damborenea. USO DE RAZÓN. DICCIONARIO DE FALACIAS. Pág. 16. http://www.usoderazón.com

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