Accion Humana

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De cómo el comunismo lleva al nacionalismo

 


Por Gabriel Boragina ©

Al trazar las fuertes analogías existentes entre el fascismo y el comunismo, Friedrich A. von Hayek dice :

‘’Incluso comunistas han tenido que vacilar un poco ante testimonios tales como el de Mr. Max Eastman, viejo amigo de Lenin, quien se vio obligado a admitir que, «en vez de ser mejor, el estalinismo es peor que el fascismo, más cruel, bárbaro, injusto, inmoral y antidemocrático, incapaz de redención por una esperanza o un escrúpulo», y que es «mejor describirlo como superfascista»;’’[1]

Este es un testimonio histórico de gran valor, por haberse hecho en la misma época en que estaban aconteciendo los hechos que se describen, y -por, sobre todo- por el origen de la admisión, que tenía su fuente en uno de sus más fervientes partidarios.

Por desgracia, estas evidencias que nos presenta Hayek, hoy son poco conocidas a nivel masivo. El fascismo (del cual el nazismo no es más que una variante) sigue siendo popularmente considerado peor que el comunismo, sólo porque este último fue más exitoso en propagar tal embaucador mensaje.

Todavía no había ocurrido en la época que Hayek escribe este libro, pero el papel que tuvo el estalinismo en la segunda guerra mundial en su lucha contra el nazismo y la final derrota de este último le sirvió, en gran medida, como excusa excelente para marcar diferencias entre uno y otro, antagonismo que el fenomenal Hayek (antes de que los hechos sucedieran) ya describía como falaz en su magnífica obra.

Pero el socialismo no solamente se refuta a si mismo por sus resultados, sino que fue Ludwig von Mises quien tuvo el gran mérito de haberlo rebatido teóricamente antes incluso de que las consecuencias que expone Hayek se hicieran visibles.

La mayor virtud de la obra de Hayek es que muestra los juicios negativos sobre el experimento socialista, no de si mismo sino por boca de sus propios y entusiastas seguidores.

Todo lo cual, prueba concluyentemente que no es cierto que el comunismo comenzó siendo bueno y se volvió malo, sino que siempre fue malo, tanto teórica como prácticamente.

‘’y cuando vemos que el mismo autor reconoce que «el estalinismo es socialismo, en el sentido de ser el acompañamiento político inevitable, aunque imprevisto, de la nacionalización y la colectivización que ha adoptado como parte de su plan para erigir una sociedad sin clases» su conclusión alcanza claramente un mayor significado’’[2]

La admisión que hace un importante socialista en pleno apogeo del socialismo mundial sobre el rotundo fracaso del socialismo comunista en manos de Stalin cuando este contaba con todo el poder necesario para llevar a su país al supuesto ‘’paraíso’’ comunista prometido por Lenin y sus mentores, Marx y Engels, es altamente reveladora.

La inconsistencia entre el internacionalismo socialista que postulaban como premisa fundamental de su régimen Marx y Engels, por un lado, y el nacionalismo que resultó de su ejecución no sólo en Rusia sino en todos los países donde se lo ha ensayado, se explica en el simple hecho por el cual si el estado-gobierno deviene en propietario de todos los bienes que antes de la socialización estaban en manos de particulares, y ese estado-gobierno ejerce su potestad sobre un determinado grupo humano que -a su vez- se halla localizado en un área determinada precisamente de un territorio, necesariamente ello implica la inmediata nacionalización de todos esos bienes sobre cuyo dominio impera.

‘’El caso de Mr. Eastman es quizá el más notable; pero, sin embargo, no es en modo alguno el primero o el único observador simpatizante del experimento ruso que llega a conclusiones semejantes. Unos años antes, Mr. W. H. Chamberlin, que durante doce años como corresponsal norteamericano en Rusia ha visto frustrados todos sus ideales, resume las conclusiones de sus estudios sobre aquel país y sobre Alemania e Italia afirmando que «el socialismo ha demostrado ser ciertamente, por lo menos en sus comienzos, el camino NO de la libertad, sino de la dictadura y las contradictaduras, de la guerra civil de la más feroz especie. El socialismo logrado y mantenido por medios democráticos parece definitivamente pertenecer al mundo de las utopías» 4’’.[3]

Otro diagnóstico exacto nuevamente de la mano de un admirador del sistema criticado. Los acontecimientos posteriores -a lo largo de las décadas siguientes- confirmaron tanto a Mr. Eastman, como a Mr. W. H. Chamberlin y a todos aquellos socialistas desencantados con la ideología que abrazaron, o bien en la cual habían cifrado esperanzas que, en suma, no sólo no se vieron cumplidas, sino que demostraron sus efectos adversos en un sentido completamente contrario al declamado por sus patrocinadores.

Que el socialismo no puede ser jamás democrático deriva de la misma etimología de las palabras. Si democracia significa etimológicamente el gobierno del pueblo y se acepta que ese pueblo, está compuesto por individuos, de allí a concluir que la democracia es un sistema individualista hay un sólo paso. Dado este paso, la democracia salta automáticamente a ser lo contrario del socialismo donde, por definición, el individuo no gobierna, sino que obedece a la sociedad (donde ‘’sociedad’’ se entiende por el partido único al frente del poder).

"En un artículo bajo el significativo título de «El redescubrimiento del liberalismo», el profesor Eduard Heimann, uno de los dirigentes del socialismo religioso germano, escribe: El hitlerismo se proclama a sí mismo como, a la vez, la verdadera democracia y el verdadero socialismo, y la terrible verdad es que hay un grano de certeza en estas pretensiones; un grano infinitesimal, ciertamente, pero suficiente de todos modos para dar base a tan fantásticas tergiversaciones’’

Como la democracia, despojada de sus contenidos específicos, resulta ser (en última instancia) el gobierno de la mayoría por sobre la minoría, y como Hitler había accedido al poder mediante el sufragio popular, podía, en tal sentido, reclamar para su partido el rótulo de democrático.

En cuanto al signo socialista del nazismo, también se hallaba en lo cierto el jefe nazi. Es, nuevamente, el genial Ludwig von Mises el que nos enseña la variante germánica del socialismo[4]

‘’El hitlerismo llega hasta a reclamar el papel de protector de la Cristiandad, y la verdad terrible es que incluso este gran contrasentido puede hacer alguna impresión. Pero un hecho surge con perfecta claridad de toda esta niebla: Hitler jamás ha pretendido representar al verdadero liberalismo. El liberalismo tiene, pues, el mérito de ser la doctrina más odiada por Hitler".[5]

Hitler conocía, pues, perfectamente el carácter nebuloso de los términos democracia y socialismo, y los manejaba de manera tal que podía aparecer como un defensor y hasta un verdadero realizador de ambos. Su judeofobia y antisemitismo le servía para esgrimir como excusa y justificación una supuesta ‘’defensa’’ del cristianismo, lo cual constituía una aberración enorme, pero -como dice la cita- impresionaba a algunos.

Con todo, tenía muy en claro que su verdadero enemigo era el liberalismo, porque este simbolizaba todo lo contrario a lo que Hitler era, pretendía y defendía.



[1] Friedrich A. von Hayek, Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 54.

[2] Hayek, F. v. Camino…ob cit. Pág. 54.

[3] Hayek, F. v. Camino…ob cit.Pág. 56 y 57

[5][5] Hayek, F. v. Camino…ob cit. Pág. 60.

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