Accion Humana

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Revista Digital

Entre el mentiroso y el intolerante

 


Por Gabriel Boragina ©

 

Cada elección política en Argentina es una excelente oportunidad para medir cual es el estado sociológico del país. Define su perfil, por eso es más que una votación política, es una suerte de test psicológico de una comunidad dada en un momento dado.

En ese tren, la sociología, en este terreno, ha definido varios tipos, de los cuales los últimos resultados electorales evidencian dos que caracteriza de la siguiente manera :

''HOMBRE IMPERIALISTA: hombre que busca el poder. Su valor vital supremo está constituido por el valor potencia. El deseo de reinar, de imponerse, rige todos sus actos.''

''HOMBRE POLÍTICO: se caracteriza por su propensión a relacionarse con el poder.'' [1]

A estas dos categorías se le opone el :

''HOMBRE CÍVICO: el ser humano considerado como participante de un agrupamiento político al que le corresponde, en su orden, la primacía''[2]

             Que no se ha visto representado en esta ocasión, en la que ha prevalecido lo que (siguiendo estos tipos sociológicos) podemos definir como el voto imperialista- político.

Dado que, de esta manera, pueden definirse a los dos postulantes a la presidencia nacional, y habida cuenta que, conforme la teoría de la representación, esta se precisa como :

 

REPRESENTACIÓN POLÍTICA: estriba en el hecho de que cierta clase política elegida (representantes) en virtud de su pertenencia a entidades políticas (partidos), o llamadas naturales (familia, municipio, sindicatos), actúa en nombre de la generalidad de los ciudadanos y los compromete con sus decisiones, sean de naturaleza legislativa o ejecutiva (P. L. Verdú). Expresa todas las situaciones en las que no todos aquellos que tienen autoridad (pueblo) pueden estar presentes y, por tanto, no pueden ejercer la función de gobierno, por lo cual otras personas ocupan su puesto y los representan (los hacen presentes). El representante es así responsable ante el representado de los actos que realice en su nombre (H. Nogueira Alcalá).[3]

 

Resulta entonces que, la elección ha sido fiel reflejo de la personalidad del representado. Es decir, los representados ejercieron esos actos de la misma manera en que se espera que los representantes lo hagan.

Sociológicamente pues, cuando elegimos, lo hacemos por lo que nos gusta, y lo que nos agrada es lo que nos representa. O, en otro caso, es como nos gozaría llegar a ser si esa cuota de poder que cedemos la pudiéramos ejercer nosotros mismos.

Por eso en estas elecciones mi opción fue la que resultó minoritaria como en otras oportunidades.

El estereotipo que llega a la recta final, reúne las característica típicas del HOMBRE IMPERIALISTA y del HOMBRE POLÍTICO: la mentira y la intolerancia.

Ambas pueden anidar en la misma persona. Una ser más notable que la otra. Una más explícita y la otra más implícita, pero ambos la comparten, como también comparten su avidez por el poder. En consecuencia, si quiero conservar mi racionalidad no puedo elegir en ese escenario atroz.

Mi elección fue por el partido que más se asemeja al tipo representado por el HOMBRE CÍVICO, que privilegia la república y las instituciones como valores supremos. Pero en Argentina este no es el tipo dominante, sino que es un tipo declinante. Por ello es una hora aciaga.

Sin embargo, esto no es nuevo en Argentina, sino que tiene una larga historia que arranca en la década del 30 del siglo XX y se acentuó en la del 40 hasta hoy.

El populismo, entonces implantado y vigorizado por Juan Domingo Perón, adquirió carta de ciudadanía. Aplicó no sólo un estilo, sino que fue más lejos, imponiendo una forma de ser y de hacer. Hasta se dio el lujo de crear una cultura : la cultura populista.

Sus figuras mostraron distintos tipos de extravagancias e incluso patologías mentales inocultables, hasta el punto que una mujer de muy escasa cultura, formas y modales rústicos y desagradables, con notorios y severos desequilibrios mentales llegó al poder, gozó del mismo a sus anchas y lo ejerció durante 12 largos años, durante los cuales deliró afirmando ser una antigua arquitecta egipcia y amenazando encubiertamente a la población para que se la temiera solo un poco menos que el temor que se le debe al mismísimo Dios, mientras se enriquecía indecorosa e inescrupulosamente sin límite moral ni legal alguno, a la par que el pueblo se empobrecía de manera acelerada. Reunía, claro está, las dos condiciones de nuestro título (mentira e intolerancia).

Ahora bien, cuando la gente que llega al poder exhibe estos desarreglos, no hace más que revelar un estado, que se define como:

PATOLOGÍA SOCIAL: trastornos que se producen en un organismo social, por lo cual es necesario el análisis y estudio de sus causas y manifestaciones.[4]

Hay que ser muy ingenuo para creer que una o varias elecciones cada cuatro años pueden terminar con tal modelo de personalidad, porque estos psicópatas o maniáticos no adquieren en el ejercicio de la política sus personalidades extraviadas, sino que ya las han formado previamente, primero en sus hogares, después en sus escuelas y, finalmente, en los círculos sociales en los cuales interactuaron. Cuando se forma parte de una sociedad enferma no se pueden esperar políticos saludables, como sí estos fueran ajenos al núcleo social del cual emergen y forman parte.

El ejercicio del poder sublima sus desbarajustes mentales, con la grave consecuencia que sus efectos se proyectan hacia el colectivo todo, sobre el cual ejecutan la potestad política que ese conglomerado puso en sus manos. Y de tal forma llegar a lo que sociológicamente es definido como :

''FANATISMO: apasionamiento de quien defiende una creencia, una causa o un partido, llegando en algunos casos a la intolerancia o exaltación. Se expresa normalmente como una adhesión irracional a concepciones políticas, sociales, etcétera.''[5]

Capítulo aparte merece el rol del periodismo en la aparición y difusión de estos esperpentos.

Por razones que deben ser objeto de estudio de disciplinas tales como la psicología social, el periodismo tiene enorme influencia en la opinión pública, al punto que, no sólo es formador de opinión sino también (y, además) muchas veces deformador de ella. Es a través de él que se difunden las célebres encuestas de opinión y sondeos, cuya credibilidad por parte del lector, oyente o televidente es cercana al cien por ciento.



[1] Greco, Orlando. Diccionario de sociología. - 2a ed. - Florida: Valletta Ediciones, 428 p.; ISBN 978-950-743-301-6. Pág. 206.

[2] Greco, Orlando. Diccionario de sociología…ibidem pág. 206

[3] Greco, Orlando. Diccionario de sociología…ibidem pág. 336

[4] Greco, Orlando. Diccionario de sociología…ibidem. Pág.. 306

[5] Greco, Orlando. Diccionario de sociología…ibidem. Pág. 170

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