Por Gabriel Boragina ©
La campaña política en víspera de nuevas elecciones se enmarca dentro de un esquema de mediocridad que es el que caracteriza a la sociedad argentina de nuestros días.
El estilo populista de los candidatos es innegable, y una vez más se elegirá entre diferentes grados de populismo (de izquierda, de centro o derecha). No hay propuestas alternativas.
Hasta cierto punto, no puede responsabilizarse a los candidatos por prometer estos discursos.
Es que (como tantas veces explicamos) es el plafón cultural de la sociedad en un determinado momento el que define qué tipo de oferta política darán los candidatos. Y cuando ese sustrato formativo es de tipo populista la arenga política no puede sino girar en torno a ese paradigma.
Pero una cosa es la perorata política y otra muy diferente es la praxis del triunfador una vez en el poder. ¿podrá hacer todo lo prometido?
En Argentina se da la contradicción entre su mentalidad actual populista y su Constitución que no responde a ese esquema y que, por dicha razón, la resultante siempre es un choque que conduce al país de crisis en crisis.
Es que, irremediablemente, el conflicto entre una constitución de corte republicana y una formación ciudadana de tipo populista siempre tiene que conducir a conflictos irreconciliables.
Por ello, dadas las actuales circunstancias, la mejor opción es la de una elección donde el partido que más promete alejarse del populismo y acercarse a la Constitución de la Nación Argentina es la elección preferible.
Hoy por hoy esa elección esta representada por la coalición Juntos por el Cambio, que, si bien no es la solución ideal para un liberal clásico, al no existir en las demás ese acercamiento necesario a la institucionalidad, hace que, por descarte, quede la agrupación mencionada como la única alternativa posible dadas las condiciones actuales.
Las expresiones de las fuerzas populistas de izquierda y de derecha restantes no dan muestra de ese acercamiento y menos aún de un respeto por las instituciones como si ya ha demostrado tenerlo Juntos por el Cambio en su gobierno a cargo del ingeniero Mauricio Macri. Por lo que es de esperarse que su sucesora, Patricia Bullrich continúe por esa senda.
Es cierto que hubo errores en la gestión de dicha coalición, pero es inútil aspirar a la perfección humana, y las ofertas restantes actuales no ofrecen garantía ni de madurez, ni de coherencia, ni de racionalidad menos aún.
Aquella, pues, es la única opción que garantiza una cierta continuidad constitucional y estabilidad de ese orden que es necesario preservar para lograr que la filosofía populista hoy imperante argentina vaya revirtiendo y, en lo posible, volviendo a las ideas institucionales que -a fines del siglo XIX y principios del XX- condujeran al país a convertirse en una gran nación, y que, por desgracia, mediante el avance del populismo a partir los años 30 y 40 fueran consumiendo los recursos y las esperanzas del pueblo argentino hasta llegar a su degradación actual.
Por su propia naturaleza, el populismo formula promesas irrealizables. Resulta de su esencia. Es indiferente si sus lideres son conscientes de su impracticabilidad o no. No ponemos en tela de juicio las intenciones de los candidatos, aunque si tenemos muchas razones para poner en duda su honestidad intelectual y, paralelamente, su preparación. Pero aun dejando de lado este aspecto tenemos en claro que la única propuesta realizable es la plasmada por la Constitución de la Nación Argentina y es hacia allí donde debemos apuntar en la hora actual.
No debemos reparar en la demagogia de los discursos, y tampoco exigir la perfección a los políticos cuando no están en condiciones de darla, porque el político es un mercado más como cualquier otro, y la oferta ha de responder a la demanda.
La sociedad argentina es una sociedad mítica, que cree y espera milagros. Es más, los exige. Como los fariseos que pedían continuamente milagros a Jesús. Como ellos, la argentina es una sociedad que gusta engañarse a sí misma con las soluciones mágicas que, de manera irresponsable, los políticos ofrecen diariamente en sus declaraciones y proclamas. Sin medir lo que prometen. Ese es el marco didáctico en el que una vez más se moverán las próximas elecciones.
Por eso, en este momento crucial, debemos apelar a la racionalidad, aunque sea un recurso escaso en medio del actual descalabro exhibido y presenciado.
Sea quien fuere el vencedor de la contienda no podrá realizar los milagros prometidos y, que, con ansia desmedida, espera el votante.
Entonces, dentro de un marco de mínima racionalidad debemos elegir a quien mejor garantice, intrínsecamente de esas limitaciones, el cumplimento en el mayor grado posible, de los mandatos constitucionales, y ello con todo lo maltrecha que ha quedado la Constitución de la Nación Argentina luego de su infortunada reforma de 1994.
Este es el verdadero cambio que debemos esperar y realizar.
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