Por Gabriel Boragina ©
Asistimos azorados en la Argentina a un espectáculo que no es nuevo, pero que muestra signos visibles de haberse agudizado.
Escucho y leo mensajes de ciudadanos/as que -de un lado y del otro- ruegan a los candidatos en danza para las próximas elecciones que los ''salven a ellos, a sus hijos, y a sus nietos'' (literal, tomado de un mensaje de las redes sociales).
He escrito en otras partes sobre la idolatraría política que tributa el argentino medio a sus jefes políticos. Pero el nivel al que ha alcanzado en la actualidad no nos puede menos que dejar pasmados.
Es evidente que el político ganador (cualquiera que llegue al primer lugar) es visto por el elector como un semidiós y, en algunos casos, como un verdadero Dios.
Existe la creencia que el político (por el sólo hecho de serlo o de pretender ejercer cargos públicos), se transforma automáticamente en un ser celestial capaz de, si quiere, hacer los milagros más asombrosos por el ''bien de la humanidad''.
Esta perplejidad en la que estamos sumidos se ve a su vez potenciada por observar también el comportamiento vergonzoso de algunos ''liberales'' notorios (¿ex liberales quizás?) que luego de haber predicado toda su vida contra tales cosas y actitudes, se han sumado a la congregación de sumisos corderos que acompañan a la feligresía en sus oraciones para que el ‘’salvador’’ elegido les dispense su misericordia una vez que llegue al poder.
El panorama no puede ser más desalentador. Es como una regresión a etapas que creíamos ya superadas en el marco evolutivo de la civilización. Al menos en Argentina este retroceso es cada vez más notorio.
Todo, en un marco donde (como ya hemos dejado sentado muchas veces) los postulantes al cargo no dejan de prometer a sus futuros súbditos, sus desvaríos más disparatados, de un lado y del otro, los que, sin embargo, son creídos a pie juntillas por una audiencia de obsecuentes que darán su voto como ofrenda mística al ‘’salvador’’ que mejor prometa redimirlos y asegurarles la redención final.
Los Evangelios del Nuevo Testamento muestran una actitud y expectativa
semejante respecto de Jesús, de los judíos que lo seguían, por entender que este
seria el Mesías que los liberaría del yugo al que estaban sometidos por el
Imperio Romano, y reinaría para siempre, elevando el Reino de Israel con una supremacía
por sobre todas las naciones que lo terminarían tornando en invencible.
La diferencia entre Jesús y los lideres políticos que hoy en campaña quieren emularlo, es que el Señor no se cansaba de decirles y aclararles que su misión en este mundo no tenia absolutamente nada que ver con esa expectativa judía, y que el mesianismo que en El si, efectivamente, se estaba cumpliendo, no apuntaba a la supremacía política de Israel sino a la salvación espiritual de la humanidad.
En política este culto mesiánico ha recibido ya hace tiempo el nombre de populismo que a su vez es una especie del colectivismo y del cual también nos hemos ocupado muchas veces. [1]
En una de nuestras primeras obras sobre el tema, recordamos haber calificado al populismo como la versión terrenal del misticismo [2] pero cuando escribimos aquel libro todavía abrigábamos esperanzados que la tendencia se revertiría y no (como sucede ahora) se agudizaría.
La gravedad, quizás, la vemos en que ahora -en forma inesperada a lo que hubiéramos previsto- reconocidos ‘’liberales’’ se han sumado a la cruzada populista y alarma que -a pesar de todo- se sigan considerando a sí mismos ‘’liberales’’.
La experiencia no es nueva en el país. Ya ocurrió en tiempos del presidente Menem que aprovechando el momento en el que se vivía se sumó a la ola liberal que brotaba no sólo en Argentina sino en el mundo entero a fin de las décadas del 80 y durante la del 90. Pero aquella experiencia fracasó y el liberalismo se vio denostado duramente por el peronismo triunfante posterior cuyo populismo volvió a tomar con fuerza el lugar que pudo haber perdido definitivamente y no fue.
Cada tanto, recordamos al sabio del profesor Ludwig von Mises quien en su temprano libro titulado Liberalismo escribió estas proféticas palabras :
No hubo nunca poder político alguno que voluntariamente desistiera de interferir la libre operación y desarrollo de la propiedad privada de los medios de producción. Los gobiernos toleran, en efecto, el derecho dominical de los particulares sólo cuando no tienen otro remedio; jamás admiten voluntariamente su conveniencia social. Hasta los políticos liberales, reconozcámoslo, cuando llegan al poder, relegan a un cierto limbo las ideas que les amamantaron. La tendencia a coartar la propiedad, a abusar del poder y a desconocer la existencia de un sector no sujeto al imperio estatal hállase tan implantada en la mentalidad de quienes controlan el aparato gubernamental de fuerza y coacción que no pueden resistir la tentación de actuar en consecuencia. Hablar de un gobierno liberal, realmente, constituye una contradictio in adjecto. Sólo la presión de unánime opinión pública obliga al gobernante a liberalizar; él jamás, de motu propio, lo haría.[3]
Es decir, estamos a las puertas de una nueva frustración, porque es difícil convencer al argentino promedio que la política, ni es un artículo de fe, y que no obra los milagros que, en otros terrenos (que no son políticos) sólo están reservados al mismo Dios Altísimo.
Ninguno de los políticos que quisieron emular a Dios pudieron lograrlo, lo que es lógico y de sentido común haberlo advertido. Sin embargo, el entorno social argentino sigue sin percibirlo, y cree -con fe esperanzada- que cualquiera de los dos candidatos que definirá la elección, en pocos días logrará transformar la Argentina en un fugaz vuelco, de blanco a negro, y de negro a blanco, en un santiamén.
La realidad, en cambio, es que cualquiera de los dos que llegue, encontrará un escenario económico que no podrá remontar, por la continua tensión que existe entre las normas institucionales (comenzando por la Constitución de la Nación misma y la reforma semisocialista introducida en 1994) y las leyes propias del mercado, de continuo enfrentadas con esa institucionalidad socialistoide que rige al país, que se debate desde ese año en tal circulo vicioso.
[1] Ver nuestro libro ¿Qué es el populismo?. Ensayo político, económico y sociológico
[2] Lo hicimos en el libro La credulidad
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