Por Gabriel Boragina ©
Para poder analizar
el tema de las diferencias, en primer lugar, conviene hacer un rápido repaso
por el origen de los partidos políticos. Veamos la opinión de un autor serio
(clara y reconocida autoridad y exponente del liberalismo) y que ha estudiado
muy minuciosamente el tema:
Fenómeno social típico de nuestra época es el grupo de presión,es decir, la asociación formada por gentes que procuran fomentar su propio bienestar material, recurriendo a medios cualesquiera, ya sean legales o ilegales, pacíficos o agresivos. Al grupo de presión sólo le interesa incrementar los ingresos reales de los componentes del mismo. De todo lo demás se despreocupa. Nada le importa el que la consecución de sus objetivos pueda vitalmente perjudicar a terceras personas, a la nación o, incluso, a toda la humanidad. Cada uno de los aludidos grupos de presión, sin embargo, cuídase de justificar sus propias pretensiones asegurando que la consecución de las-mismas beneficiará al público en general, mientras vilipendia al oponente a quien califican de bribón, imbécil y degenerado traidor. En estas actuaciones despliégase un ardor cuasi religioso[1]
L. von Mises ve en estos grupos la génesis de los partidos políticos. Estos se pueden categorizar como un medio legal y pacífico de conseguir los fines aludidos en el párrafo superior. Un partido político claramente es un grupo de presión, ya que el objeto de su presión es por obtener el poder gubernamental. A su turno, Mises también cataloga al estado o gobierno como el aparato de fuerza y coacción y que como tal monopoliza el uso de la violencia.
No son motivaciones altruistas las que mueven a la humanidad en su conjunto. Eso es una súper simplificación e idealización inadmisible de la realidad.
Incluso quienes votan a partidos supuestamente ''liberales'' lo hacen por razones egoístas, pensando y esperando que ellos serán los primeros beneficiados y, secundariamente, quizás, les pueda interesar (o no) que los demás extraños a ellos se puedan favorecer también de las políticas de ‘’su’’ partido liberal.
De la misma manera proceden los que votan a partidos antiliberales. Las motivaciones son idénticas en un caso y en el otro.
El problema consiste en que, más allá de las intenciones de votantes y votados, cuando se usa el poder de la fuerza que todo gobierno detenta por el simple hecho de ser gobierno, se están utilizando recursos de terceros, lo que implica que esa manipulación se detrae de destinos que serían objeto de otros empleos por parte de quienes los poseían.
Esto irremediablemente lleva a la conclusión que cualquier acción política mejorará a unos con perjuicio de otros, porque no es el mercado el que está actuando sino los políticos en ejercicio del poder que el gobierno les confiere.
Y esta paradoja alcanza e incluye a los partidos ''liberales'' en el mando. Porque, a estos efectos, es indiferente la ideología del que detenta el dominio sino el sistema mismo.
Todos los partidos políticos, sin excepción, prometen a los suyos notable incremento en sus ingresos reales. A este respecto, no existe diferencia alguna entre nacionalistas e internacionalistas, entre los defensores de la economía de mercado y los partidarios del socialismo o del intervencionismo. Cuando el partido pide sacrificios por la causa, invariablemente destaca que tal tribulación constituye medio imprescindible, si bien puramente transitorio, para alcanzar la meta final, el incremento del bienestar material de los correligionarios. Cualquier partido considera insidiosa maquinación urdida por gentes malvadas para minar su prestigio y pervivencia el poner en duda la idoneidad del propio programa por lo que atañe a mejorar el nivel de vida de sus seguidores. Por eso, los políticos odian mortalmente a aquellos economistas que osan formular tales objeciones.[2]
La moraleja de esta sabia y casi profética reflexión del no menos sabio Ludwig von Mises es que los intereses políticos van por sendas muy distintas a la de la verdad. La poca o nula receptividad a la crítica la encuentra el mismo Mises en la consecución del poder, lo que considera afecta incluso a los partidos llamados ''liberales'' que por su propia condición deberían ser la antítesis del poder.
En esta línea de pensamiento, es bastante lógico suponer que la formación de un partido político ''liberal'' tiene como mira prioritaria el incremento de los ingresos reales de sus adherentes ''liberales''. Y si no fuera asi ¿para qué formar un partido liberal? Porque si el objetivo fuera difundir las ideas liberales ello se consigue más eficazmente a través de otros medios (conferencias, seminarios, maestrías, diplomaturas, clases, libros, artículos, jornadas, congresos, arte, etc.).
Correlativamente, el problema de la acción política (en la cual Mises incluye a los partidos liberales) es que mediante ella sólo se auxilia a un grupo de personas, nunca a toda la comunidad. Es por eso que desconfía, sabiamente, de la acción partidaria.
Para peor de males, esas ventajas se logran a costa de otros, porque no se tratan de pactos voluntarios entre particulares sino de dineros extraídos por la fuerza (el impuesto) de personas que no adhieren al partido en el poder, o que adhiriendo son igualmente y de todas maneras expoliadas.
Ni siquiera que estas acciones se tomen democráticamente las justifican, por cuanto como bien enseñó Mises :
La masa no es infalible; yerra, al contrario, con frecuencia. No es cierto que los más tengan siempre razón, ni que invariablemente conozcan los medios idóneos para alcanzar los fines deseados. «La fe en el hombre común» no tiene mejor fundamento que la antigua creencia en «los sobrenaturales dones» de reyes, eclesiásticos y nobles. La democracia garantiza un gobierno acorde con los deseos e ideas de la mayoría; lo que, en cambio, no puede impedir es que la propia mayoría sea víctima del error y que, consecuentemente, acuda a equivocadas sistemáticas, las cuales no sólo resultarán inapropiadas para alcanzar los fines deseados, sino que, además, habrán de provocar desastres por nadie deseados ni previstos. Las mayorías pueden, desde luego, fácilmente equivocarse y destruir la civilización.[3]
Por lo cual, a lo señalado al principio, se le agrega que esos intereses sectarios propiciados por los grupos de presión, aun cuando sean votados por una mayoría, no necesariamente implica la solución a los problemas de esa mayoría, precisamente, porque, en realidad, esas plataformas y propuestas sólo responden a las ideas de un grupo determinado y que, en principio, fueron pensadas en su favor, aun cuando se suponga que las mismas podrían abrigar a grupos más extensos e incluso a la sociedad toda.
La mayoría al votar procede de la misma manera que la referida : no lo hace pensando en el bienestar de la minoría sino en el de sí misma en primer lugar. Pero esa decisión, al depositar el voto, podría estar complemente equivocada y, de hecho, son numerosos casos históricos los que demuestran que suele ser asi.
En Argentina, lo anterior, ha ocurrido infinidad de veces, y bien podría ser este el caso donde vuelva a suceder. Máxime cuando se ha votado simplemente para que no triunfe lo que se creyó un mal mayor al que se supuso haber elegido.
El error se agudiza cuando se depositan la fe y la confianza en supuestos ''salvadores providenciales'' como sucede tan a menudo en el populismo argentino, de derecha o de izquierda.
Y entonces, se preguntará el lector a esta altura ¿cuáles son esas diferencias entre los partidos liberales y el resto de los partidos políticos? De acuerdo a lo que hemos explicado anteriormente, en esencia, ningunas.
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