Por Gabriel Boragina ©
Dijimos antes que, la sociedad contractual, de la que habla Ludwig von Mises, podemos asimilarla a la que nosotros llamamos sociedad liberal. Pero, en realidad, deberíamos ser más precisos, afirmando que la sociedad contractual forma parte de la liberal. Esta es algo más que un marco donde la gente intercambia bienes y servicios determinados. Ya que sus miembros están intelectualmente consustanciados con la doctrina liberal, la comprenden racionalmente en sus ventajas y virtudes (aunque no dominen todos sus vericuetos y complejidades académicas ''al dedillo'') y la aceptan como forma de vida, no solamente en lo crematístico sino en el resto de los campos sociales (familia, amistades, pareja, compañeros de estudios, de trabajo, del club, etc.).
Este pleno convencimiento social se logra no a través de un proceso deliberado, dirigido y planificado, sino por obra y gracia de sus antónimos: es indeliberado, voluntario y espontáneo. Ningún gobierno puede crearlo y, mucho menos, manejarlo a su antojo y capricho. Sólo puede interferirlo y estropearlo. Y es lo que normalmente suele hacer.
Si el gobierno lo respeta habrá armonía y concordancia entre una sociedad de ese tipo y aquel. Pero en donde ese poder político trate de alterar o forzar un orden distinto al dado por esa sociedad, más temprano que tarde surgirá el conflicto y el enfrentamiento entre el director y aquellos a quienes se pretende dirigir. Y en esa controversia el perdedor está definido de antemano: siempre será el gobierno. Aunque también habrá bajas en el bando opuesto.
Pero los gobernantes no suelen aceptar su derrota en ese trance pasivamente y con resignación. Por el contrario, oponen resistencia y en gran medida. Esto sucede por dos razones. La primera es la seducción que provoca todo poder; y la segunda, por cumplirse la máxima de Lord Acton, en virtud de la cual ''El poder tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente''. Ese poder confiere ventajas muy importantes por sobre los gobernados en perjuicio de estos últimos.
Por eso preocupa a los genuinos liberales que, por ejemplo, en Argentina, un presunto gobierno autodenominado ''liberal'' o ''libertario'' este procurando por todos los medios acrecentar su esfera de poder mediante el dictado de decretos y el pedido de facultades extraordinarias al Congreso, cuando existe una cláusula Constitucional que lo prohíbe expresamente (art. 29).
Pero lo más grave, desde mi personal punto de vista, es que aunque dicho artículo constitucional no existiera, un gobierno liberal ni debería aspirar a obtener mayores atribuciones sustrayéndoselos a los dos órganos constitucionales restantes, porque eso sería ganar potestades a expensas de los dominios ajenos o, lo que es lo mismo: si el poder como tal da libertad, se comprime el circulo de libertades de los órganos legislativo y judicial en favor del ejecutivo, quebrándose de esta manera el orden constitucional y violándose asimismo el principio republicano.
Tales actitudes que no serían de extrañar sino de esperar de un gobierno de izquierda (socialista) o centroizquierda (socialdemócrata) ya que la esencia de estas ideologías es el poder sin límites en última instancia, son -por el contrario- inconcebibles en un gobierno que pretende ''levantar las banderas'' de un supuesto libertarianismo que hasta el momento sólo está en los discursos encendidos, pero no se plasma en ninguna acción concreta en los hechos.
Todo ello conspira contra una auténtica sociedad liberal, porque la consabida división tripartita republicana es sólo una parte de la sociedad: la parte que la representa. Pero no es toda la sociedad. Por ello, designamos como sociedad política al conjunto de esa triple división, y sociedad civil a la que queda fuera de aquella.
Otras veces esa separación se nombra con diferentes términos, como dirigentes y dirigidos o gobernantes y gobernados. Esta última nominación es más apropiada que la primera porque, en realidad, la llamada sociedad política no es más que un derivado de la sociedad civil, ya que se desprende de su seno, no es un cuerpo extraño que venga dado ex ante sino ex post.
Pero volviendo a nuestro tema principal: es mucho más simple integrar una sociedad contractual en una sociedad liberal que tratar de pasar de una sociedad hegemónica a otra liberal. Esto último es una tarea sumamente ardua, por no decir que casi imposible.
El poder, desde una perspectiva social, es siempre y en todo lugar un juego de suma cero, porque no se trata de un intercambio libre y voluntario entre las partes. Todo poder se ejerce por si o por delegación. Y el que se delega se pierde para el delegante mientras lo usufructúa el delegado.
Quien delega su poder político en otro no recibe nada a cambio en compensación. Lo que realiza no es más que una liberalidad, un acto de desprendimiento cuando analizamos el caso de la representación política constitucional y democrática.
Cuando, en cambio, estudiamos como opera el poder en el contexto de una dictadura o autocracia el proceso es diferente. En tal hipótesis, el poder se transfiere por vías violentas desde el pueblo hacia los déspotas por parte de estos.
Por eso, quien cree que ''será libre'' porque vota a un gobierno ''liberal'' se está engañando a sí mismo. Desde el momento en que vota, está delegando su cuota de poder en otro a quien se la está cediendo y, por lo tanto, deja de ser libre en esa exacta medida. Menos aún esta ''otorgando'' libertad a otros.
Si el candidato votado del partido ''liberal'' pierde la elección, esa cuota de poder vuelve a quien intentó cedérsela. Pero si el postulante gana los comicios, la pierde su elector en ese mismo acto en el cual, simultáneamente, deja de ser libre.
No hay otras alternativas a esta encrucijada. El mundo político opera de esta manera. Siempre lo ha hecho así. Por completo diferente a como lo hace el mercado libre.
Por todo ello, ratificamos que no hay gobierno liberal o libertario alguno que pueda reemplazar al mercado libre ni mejorar su funcionamiento. Sólo puede controlarlo y encorsetarlo, con lo cual resulta una ironía tragicómica llamar a un gobierno así liberal o libertario, o creer que en realidad lo es. Quien de esa manera lo crea, deberá revisar seriamente sus conceptos.
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