Por Gabriel Boragina ©
Se ha dicho que es demasiado pronto para criticar los primeros pasos de un
gobierno. Que ''hay que darle tiempo'', ''hay que apoyar'' porque si no
''vuelven los otros''.
Esto quizás podría tener algo de cierto cuando el gobierno que asume es uno de izquierda (socialista, socialdemócrata, populista, etc. ). Un liberal, en este caso, podría tener la esperanza que un gobierno de ese signo se moderara.
Pero, en realidad, desde una posición realista y madura, es previsible que un mando de estos signos busque el poder por el poder mismo, y dé los pasos necesarios para vigorizar y acrecentar el poder obtenido. No sería de sorprender. La crítica del liberal se debería oír antes, durante y después de la instalación y ejecución de un sistema de tal índole.
Sin embargo, es cuando le toca gobernar a un partido del signo contrario a aquellos que un liberal debe estar más alerta y vigilante cuando, como en el caso argentino, ese partido supuestamente ‘’liberal’’ comienza su gestión con medidas y actitudes completamente contrarias al ideario liberal que, no obstante, en el discurso se esfuerza vanamente por sostener.
Esa atención debe reforzarse cuando quienes acceden a ese status demuestran -además- inexperiencia, falta de tacto, y poca empatía con la crítica, sin distinguir la constructiva de la puramente destructiva (aunque toda crítica brinda elementos que, según sea la perspectiva del criticado, dan la oportunidad de obtener alguna enseñanza, aunque sea mínima).
Muchas veces dije que, como liberal esperaba que un gobierno que se auto rotulara de esa manera comenzará su gestión poniendo en práctica los postulados de ese ideario. A la fecha de la redacción de estas líneas sigue siendo el caso, pero no advierto esa dirección sino la contraria. Y no comparto el consejo, tantas veces recibido, que deba callarme la boca y no denunciar los actos que contradictoriamente toma un poder ejecutivo ''liberal'' en contra del liberalismo.
No se trata -repítase hasta el hartazgo- de estar a favor o en contra de tal o cual persona. Aquí no hay cuestiones personales de por medio. No hay simpatías, ni antipatías. Sólo me preocupan las ideas, sea quien fuere el que las lleve a la práctica. Tampoco es cuestión de nombres y apellidos, los que no los hago porque todos conocemos a los personajes de la historia que estamos viviendo.
Se trata, en cambio, como dije, de ser realista y denunciar la improvisación, la inmadurez, la inexperiencia, el exabrupto, la prepotencia, el insulto, insistiendo que ese no es el camino, porque es lo que hemos vivido siempre desde que tenemos uso de razón. El liberalismo tiene y debe ser algo completamente diferente a todo eso. Y lo es, pero no en lo que estamos viviendo.
La experiencia debe ser útil, y el liberalismo es coherente y, por lo tanto, quien lo enarbole debe demostrar serlo. Pero lejos esta de la congruencia declamar la libertad por un lado y por el otro pedir poderes omnímodos y absolutos a los demás. Peor aún, ejercerlos sin que nadie se los hubiera conferido.
Estas actitudes, aunque alguien puede considerarlas forzosas, son antiliberales, ayer, hoy y siempre, aquí y en todo lugar. La misma existencia de un gobierno ''liberal'' es una contradicción en términos, como bien ha enseñado Ludwig von Mises. Y, como cuando formuló esta aserción, vuelve a tener razón en el día de hoy.
Por eso, se hace ineludible hacer una nueva exhortación al gobierno nacional a que limite al máximo su poder, incluso que se abstenga de ejercerlo, aun en la órbita en que la Constitución de la Nación Argentina se lo permite, dando signos visibles de una auténtica vocación liberal. Lo que a la fecha no es el caso.
Vuelve a ser cierta la máxima que, la mejor enseñanza es la que se hace a través del ejemplo.
Sin embargo, cuando los primeros pasos confirman lo que vimos en la campaña electoral, no tanto en la arenga sino en las actitudes, un liberal debe dar la voz de alarma.
Y la disertación política marca un contraste profundo con las alianzas tejidas, los cuadros formados, los elencos definidos, la distribución de los cargos, los personajes elegidos, las políticas concretas, etc. Un sinnúmero de aspectos que marcan en la práctica más cruda todo lo antiliberal de la ejecución política.
Todo ello no es más que la natural contradicción que surge entre el liberalismo y el poder, y que se potencia cuando se los quiere combinar o armonizar. Es una tarea, a la larga, condenada al fracaso. Y debe ser de liberal el denunciarla.
Y como la experiencia debe ser útil para que sirva de algo, el liberal no puede sino sentir una recóndita desconfianza con tales comportamientos contradictorios. Y esa suspicacia se proyecta hacia el futuro.
Con el liberalismo está hondamente consustanciada la seguridad jurídica y económica, y son precisamente estos dos aspectos los que amenaza la política actual del poder ejecutivo. Y sume en una difidencia aún más insondable que, desde la perorata, se siga predicando lo contrario cuando los hechos lo desmienten día a día.
Y no es cierto que sea demasiado pronto para dar la voz de alarma, siendo este el momento preciso para ello, antes de que sea demasiado tarde.
Es que lo está en juego no son las personas sino la filosofía liberal misma. Esta filosofía debe preservarse con independencia de las personas que gusten sentirse sus representantes y se autoproclamen como tales. Máxime cuando no comprenden que el liberalismo no tiene (ni puede tener) representación oficial, ni se estructura jerárquicamente como un poder del estado donde unos mandan y otros obedecen en función de una autoridad autodefinida.
Finalmente, hay que salir de la recurrente bipolaridad política por la cual ''si no son estos vienen los otros''. Hay que ser creativos y liberar la imaginación para generar alternativas políticas verdaderamente liberales y cesar de estar girando en torno de círculos viciosos, para volver a caer -una y otra vez- en la mediocridad, tanto intelectual como política. Una sociedad crece cuando escapa a estos dilemas autoconstruidos y auto frustrantes. La nuestra, por desgracia, está lejos de ello.
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