Por Gabriel Boragina ©
El gobierno argentino predica como ‘’logro’’ estar obteniendo índices de inflación cada vez más bajos.
Pese a que. frente a la realidad mercantil del día a día. esto no parece
percibirse, hay que agregar que, ni la inflación, ni la deflación son políticas
o recomendaciones liberales, sin embargo, este gobierno dice serlo.
Corrientemente, se sostiene (incluso por renombrados economistas) que la inflación es el aumento generalizado del nivel de precios, y por deflación se entiende precisamente lo contrario, su reverso.
Ambas definiciones, pese a su enorme popularidad, son erróneas.
La inflación es, en realidad, la emisión monetaria por causas exógenas al mercado. Se divide en creación primaria de dinero y secundaria. Congruentemente, la deflación es su contraria, la contracción monetaria debido a las mismas causas.
Exógenas al mercado implica, lógicamente, que no se trata de un fenómeno mercantil sino gubernamental, incluso si el emisor es privado cuando este está a las órdenes o bajo la órbita de algún ente estatal (bancos o financieras oficiales o con respaldo o autorización oficial).
El efecto o consecuencia de la inflación no es la suba generalizada del nivel de precios como se cree, sino la distorsión de los precios relativos, lo que significa que no todos los precios suben, ni en la misma proporción, ni a igual velocidad.
Su consecuencia más inmediata y visible es la depreciación del signo monetario que afectará de diferente manera a deudores y acreedores de sumas de dinero, beneficiando a los primeros y perjudicando a los segundos. Lo que será más intenso cuanto mayor sea la inflación.
Los resultados de la deflación serán exactamente los inversos. Es decir, significa que la dislocación de esos precios relativos será la misma (en cuanto a distorsión), pero en la dirección opuesta a los de la inflación.
Por ejemplo, si en un contexto inflacionario el precio del artículo A subió 8 veces en relación al precio del artículo B, en un contexto deflacionario ese precio (A) puede bajar 8 (o más) veces en relación a B. Gráficamente :
ARTICULO |
A |
B |
PRECIO |
10 |
10 |
INFLACIÓN |
80 |
50 |
DEFLACIÓN |
10 |
20 |
Como las afectaciones de precios no son homogéneas, en el ejemplo suponemos que en un marco inflacionario, A subió de precio 8 veces y B 5.
El cuadro intenta mostrar cómo opera la desfiguración de precios. Cuando regia el precio de mercado, los artículos A y B tenían el mismo precio ($ 10). Desatada la inflación, A pasó a costar 80, lo que significa que resulta más caro que B, con lo que (tratándose de una misma utilidad para el comprador) será preferible (en igualdad de condiciones) comprar B y no A. Podría ser el caso de dos marcas de galletitas, zapatillas, camisas, etc.
En el cuarto renglón tenemos un imaginario contexto de deflación, en el cual el precio de A cae a 10 en tanto el de B se reduce a 20. Aquí la situación se revierte. Ya no será conveniente comprar la marca B sino que será provechoso adquirir la A. es decir, el escenario inverso al del renglón 3 (inflación).
Lo que procuramos demostrar, es que tanto el precio de inflación como el de deflación no son precios de mercado sino que son precios políticos, porque no se debe perder de vista que inflación y deflación responden a manejos gubernamentales. No se tratan de decisiones de la gente sino del burócrata de turno (o de un conjunto de ellos).
Entonces, no veo motivos de alegrarse con la propaganda del actual gobierno argentino, ni razones de alborozo acerca de un supuesto contexto deflacionario.
En realidad, lo que se observa en el mercado local es una deformación cada vez mayor de precios, porque si inflación y deflación se combinan en sucesivas expansiones y contracciones de moneda (u otras de las numerosas manipulaciones gubernamentales) las distensiones se conciertan y se potencian, lo que implica alejarse, a una velocidad cada vez mayor, de cualquier tipo de precio de mercado.
Estas alteraciones inflacionarias y deflacionarias son dirigidas y manipuladas por el poder central, y llevadas a cabo por el banco central, que sólo puede operar en tres direcciones posibles: 1) expandir la oferta monetaria, 2) mantenerla constante, o 3) contraerla.
En ninguno de los tres casos la acción que tome el banco central obedece a las directivas del mercado sino a las de sus burócratas, y estos no tienen forma de saber qué es lo que realmente haría la gente en su lugar, ni por cuál de las tres opciones se inclinaría, excepto que el banco central se abstuviera de intervenir, con lo cual su existencia misma dejaría de tener razón de ser.
Es que el mercado, como enseñó el premio Nobel de economía, Friedrich A. von Hayek, es un orden espontaneo, que no puede ser dirigido por ningún burócrata, ni siquiera por el más ‘’sabio’’ (que tampoco habría forma de saber quién y por qué se lo debería considerar ‘’sabio’’. Esa supuesta ‘’sabiduría’’ siempre será un juicio de valor, y como tal, enteramente subjetivo).
El objetivo deflacionario del gobierno es una completa torpeza o una enorme ignorancia (o consecuencia de ambos factores) de los principios básicos de la economía, si es que se cree que con deflación se estaría ''liberando'' el mercado. Es como esos ilusos que arguyen que la solución a la inflación ''de costos'' es la deflación ''de costos''. Directamente desconocen la teoría del valor de la Escuela Austriaca de la Economía.
Entonces, estos verdaderos ingenieros sociales del actual gobierno argentino, que gustan posar ante las cámaras de ''liberales'' o ''libertarios'' bien harían en ponerse a estudiar los verdaderos fundamentos de la economía liberal y dejar de fingir ser lo que realmente no son.
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