Por Gabriel Boragina ©
Pese a que el gobierno argentino pregona índices de inflación decrecientes. la realidad cotidiana muestra un escenario bastante diferente.
Los bancos anuncian nuevos aumentos en las comisiones de todos sus servicios, lo mismo que las empresas de medicina prepaga. Los demás sectores donde los precios no han subido tampoco han bajado.
Y esto contrasta con los impuestos, que no han sido eliminados sino que, por el contrario, se mantienen, y no sólo ello sino que sus alícuotas no dejan de subir. Especialmente los más regresivos, como el impuesto ''PAÍS'', a las ganancias y combustibles.
Como venimos exponiendo no podemos más que lamentar el rumbo que -sea por ignorancia o mala fe- se está siguiendo.
Pero también es de deplorar que ante las críticas el gobierno elija solamente confrontar en lugar de conciliar, especialmente cuando los reproches provienen de sectores apartidarios (como en el que nos enrolamos) y son bienintencionados.
Naturalmente, no deseamos una mala gestión sino meramente el cumplimiento de las promesas de campaña, al menos las más modestas, teniendo en cuenta aquello que ''La política es el arte de lo posible''.
Lo cierto es que lejos estamos de aquella ''revolución libertaria'' cacareada hasta el cansancio, pero tampoco lo que se viene haciendo se acerca siquiera mínimamente a una economía liberal al estilo clásico.
Por ejemplo, tratar de deflacionar la economía para un liberal es tan malo como inflacionarla. Lo mismo que liberar precios de un rubro y mantenerlos controlados en otro u otros. Y así podríamos seguir con otras disposiciones no liberales o directamente antiliberales.
Por eso, el empeño (por ahora sólo declamado) del poder ejecutivo en esa meta, es tan perjudicial como la típica inflación que, asimismo, sólo el propio gobierno puede producir. No importa si ha sido uno u otro. El anterior o el actual.
Contraer la masa monetaria (en eso consiste, en suma, la deflación) implica no otra cosa que una manipulación monetaria por la cual el gobierno quita por la fuerza circulante a discreción con el objeto de que los precios bajen.
El problema consiste en que los deseos del poder de turno casi nunca coinciden con los del mercado. Y es bastante probable que, si el mercado pudiera elegir libremente podría preferir que ese circulante permaneciera siendo tal, y no el que decida el gobierno. Y es imposible que este conozca a priori cuál es el circulante deseado por el mercado si no se lo deja actuar libremente, donde se desprende que el control de las cantidades respectivas debe estar en manos de este y no aquel.
Por otra parte, también debería dejarse en libertad de ese mismo mercado el elegir qué tipo de moneda quiere en circulación, ya que podría ser no la oficial del gobierno (lo que normalmente sucede en Argentina con el peso) sino otro tipo de moneda que podría ser alguna de otro país (en el caso argentino, el dólar por antonomasia).
Dado que en Argentina no hay libertad monetaria (y ya hemos aclarado y fundado que no puede haberla sin previamente modificar la Constitución de la Nación que es la que lo impide, especialmente luego de su reforma de 1994) este escenario dista del supuesto libertarianismo que discursea continuamente el gobierno, e inclusive lejos del liberalismo clásico al que adherimos nosotros.
Por otra parte, la composición del equipo político que acompaña la gestión del titular del ejecutivo es tan heterogénea que entendemos que puede ser uno de los factores que conspira contra el cumplimiento de los objetivos plasmados en campaña (siempre suponiendo que esos lineamentos propuestos hayan sido sinceros, cosa que no estamos en condiciones de asegurar).
En efecto, preocupa la incorporación (y permanencia) inicial y progresiva de personajes conocidamente alejados de auténticos principios liberales a la vez que comprometidos con el peronismo (fuerza política histórica reconocidamente populista) e incluso de quienes tuvieron participación en el gobierno anterior. Como también la inclusión en el gabinete de la Sra. Patricia Bullrich, ex candidata presidencial de también un hipotético partido opositor (PRO) ahora devenido en aliado, luego de una inusitada campaña agresiva entre los ahora aliados (campaña que incluyó insultos cruzados de grueso calibre de todos los colores y dimensiones en un espectáculo atroz y bochornoso). Y, en fin, en el marco de una desprolijidad que despierta suspicacias en torno de la composición ideológica de este ejecutivo. Lo que siembra mayores incertidumbres sobre el hacer de este confuso y contradictorio conglomerado.
Si sólo nos atenemos a los nombres de las personas aludidas no podemos abrigar esperanza de que lo que se lleve a cabo con esta gente sea algo parecido a un gobierno liberal.
Todo apunta a concluir que la meta final es simplemente la ‘’famosa’’ gobernabilidad, más allá de las políticas que en definitiva se implanten, las que pueden ser de un color o de otro (liberales o, si es necesario, antiliberales). Es decir, como en todo populismo, el fin sería el poder por el poder mismo. Lo cual de ser cierto sería muy horroroso, no sólo para el conjunto del país sino para el liberalismo como filosofía política.
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