Por Gabriel Boragina ©
Una buena manera de
saber si estamos o no bajo un régimen liberal es controlar el tamaño de la
burocracia, que es otra manera que hacerlo del volumen del gasto público.
No se observa de diciembre a esta parte que ese tamaño se hubiera reducido sino que sigue en ascenso.
Si bien el crecimiento de la burocracia no es un fenómeno que haya tenido comienzo con este gobierno sino que viene de antaño, de cuando el estatismo comenzó su auge y podemos datarlo a principios del siglo pasado, no cesó de hacerlo hasta el presente, y lo mejor que hicieron algunos de los gobiernos de ese periodo fue mantenerlo estable, pero nunca comprimirlo.
Lo normal siempre ha sido que el estado creciera, lo que implica lógicamente su burocracia.
Me ha tocado lidiar buena parte de mi vida contra la burocracias. Hoy sigo en esa lucha perpetua. Si alguna esperanza abrigaba de un gobierno liberal era que esa disputa al fin cesara y tuviéramos un gran periodo de paz, donde esa bonanza solamente podría ser entendida eliminado la burocracia o, de no ser ello posible, disminuirla a limites ínfimos. Como con tantas otras ilusiones, nada de eso está ocurriendo a la fecha. Ni siquiera se vislumbra cambio alguno en tal sentido
No se trata tanto del número de reparticiones a las que hay que acudir sino, más bien, de la cantidad de trámites que deben realizarse para cada vez cosas más nimias y carentes de relevancia.
Lejos de facilitar las cosas la tecnología y (en particular) Internet no han sido vías de solución para empequeñecer todo el enjambre de tramitaciones a realizar, antes más bien una complicación aún mayor. Porque al multiplicarse los trámites, de la misma manera se han visto incrementados los sitios webs con interminables registraciones, donde recurrentemente se piden infinidad de veces los mismo datos, identificaciones, claves, usuarios, y requisitos, los que al menor error de tipeo son rechazados luego de llenar inagotables formularios y donde todo el proceso debe comenzarse nuevamente desde cero con un consumo de tiempo y dinero que recuerda a aquellos ''adorables'' tiempos donde todo lo mismo se hacía, pero en formato manual y recorriendo oficina tras oficina.
Es decir, la burocracia se ha trasladado desde lo físico hacia lo virtual, y ahora el tiempo se pierde llenando páginas y más paginas interminables en formularios y planillas digitales vía web.
Pero eso no es todo. Lo más frustrante es cuando, luego de perder horas frente a la pantalla y completar todos los pasos necesarios cargando documentos y credenciales y más documentos, cuando creíste llegar al final del camino y arribar airoso, un cartel aparece avisando que luego de todo eso se debe pedir un turno para terminar la diligencia concurriendo en forma presencial a una oficina publica donde se acabara de validar todo, luego de hacer una fila como las de los ''mejores tiempos'' de la era predigital.
Como digo, esperaba que eso concluiría bajo un régimen liberal, pero no sólo no lo veo finalizar sino que lo veo crecer. Y evidentemente nada de eso se puede mantener sin el concurso de recursos.
A veces se cae en la falacia de confundir desregulación con descentralización. No se tratan de sinónimos como la gran mayoría piensa. Son conceptos diametralmente diferentes, pero que bien pueden ir juntos o separados.
Desregular consiste en dejar de regular lo que lo estaba. No necesariamente significa descentralizar, ni tampoco significa per se ''baja del gasto público''. El gobierno puede dejar de regular una determinada actividad, pero puede continuar subvencionándola. Si bien el fenómeno puede no darse en la práctica, es perfectamente posible.
Es más frecuente que una actividad deje de regularse políticamente pero siga regulada económicamente. De hecho, mediante los impuestos esto se hace todos los días. Las áreas económicas sobre las cuales recaen mayores gravámenes, aunque jurídicamente sean privadas y sus titulares sean particulares, pueden llegar a estar más reguladas que otras a cargo de entes estatales. Los subsidios cumplen una función similar. En rigor, no son más que impuestos que se dirigen a núcleos favorecidos que son financiados con dineros de otros perjudicados, y por eso los primeros pueden ser beneficiados.
Cosa desigual es la descentralización que suele confundirse con las dos figuras anteriores, las que si bien no se excluyen tampoco deben enredarse.
Descentralizar no es más que la acción por la cual un ente estatal (o privado) que realizaba muchas funciones ahora las delega en otros entes menores, subordinados o desemejantes. Esto no sólo no supone baja del gasto público sino que normalmente, por el contrario, su aumento, aunque no es necesario porque se puede descentralizar sin aumentar el gasto.
Por ejemplo, si una repartición estatal ''A'' consume 100 unidades monetarias (UM) y el gobierno decide descentralizarla pasando a dividirla en 10 oficinas y asignándoles a cada una, una partida de 10 UM, el gasto total seguirá siendo 100, con lo cual vemos que descentralizar no supone, ni necesaria, ni mucho menos automáticamente, menguar el gasto público (o privado si se trata de una empresa particular). Aunque lo normal consiste que, al descentralizar una determinada función en una oficina o repartición disímil se le asigne a cada una, una partida que, en la sumatoria, resulte superior a la que demandaba la oficina originaria ''A''
Muchas veces, pícaramente, los gobiernos le dan a lo anterior el nombre de ''recortes'' cuando no son tales sino que son simples transferencias de un sector del estado a otro sector distinto, pero del mismo estado. Sin embargo, el dinero siempre ''queda en casa''. No hay, en rigor, ningún ''recorte'' y, por ende, tampoco baja del gasto público. Se trata nada más que de un antiguo artilugio, una ‘’chicana’’, que los gobiernos que quieren posar de austeros frente a la opinión pública, echan mano con bastante frecuencia.
No es, por desgracia,
la libertad la que avanza sino la burocracia, y si esta sigue avanzando como lo
hace, sólo puede significar que la libertad retrocede.
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