Por Gabriel Boragina ©
Partidarios del gobierno actual, parecen creer que el superávit fiscal
es una medida propiciada por la Escuela Austríaca de Economía a la que dice
''adherir'' el gobierno.
Sin embargo, no es eso lo que surge de los escritos de los autores de esa escuela más prominentes. Tal es el caso del profesor Ludwig von Mises a quien copiamos seguidamente. Dice así :
El estado puede, desde luego, imponer cargas tributarias a sus súbditos, así como tomar a préstamo el dinero de éstos. Ahora bien, ni el más despiadado gobernante logra, a la larga, violentar las leyes que rigen la vida y la acción humana. Si el gobierno dedica las sumas tomadas a préstamo a aquellas inversiones a través de las cuales quedan mejor atendidas las necesidades de los consumidores y, en libre y abierta competencia con los empresarios particulares, triunfa en tales cometidos, hallaráse en la misma posición que cualquier otro industrial, es decir, podrá pagar rentas e intereses porque habrá cosechado una diferencia entre costos y rendimientos. [1]
Es decir, las condiciones que L. v. Mises parece imponer es que ese superávit provenga de empréstitos que el gobierno tome del sector privado, y no que surja de una imposición fiscal.
La segunda condición es que esos fondos tomados del sector privado se dediquen a inversiones a través de las cuales quedan mejor atendidas las necesidades de los consumidores. En otras palabras, que ese superávit no quede ocioso en las arcas del fisco, sino que sea empleado productivamente en áreas de ese mismo sector privado (lo que excluye que esas inversiones se hagan en el sector público o, mejor dicho, estatal).
El tercer requisito es que las necesidades de los consumidores sean mejor atendidas por el gobierno que por los demás particulares. El cuarto es que esto se haga en libre y abierta competencia con los empresarios particulares. En quinto lugar, que triunfe en esa abierta y libre competencia con los demás participantes del mercado. Y en sexto y último lugar (y quizás el más importante de todos para mi) es que ese superávit se destine a pagar rentas e intereses, es decir, a la devolución del capital con sus accesorios.
La idea final es que de dicho superávit el estado no retenga nada para sí, ni lo emplee con otros fines distintos a los enumerados (mejor atención y servicios a las necesidades de los consumidores). Continua el maestro austriaco:
Por el contrario, si el estado invierte desacertadamente dichos fondos, de tal suerte que no se produce el aludido superávit, el capital correspondiente disminuirá e incluso desaparecerá, cegándose aquella única fuente que había de producir las cantidades necesarias para el pago de principal e intereses. En tal supuesto sólo cabe que el gobierno recurra a la exacción fiscal, si es que desea dar cumplimiento fiel a lo que libremente pactara con quienes le prestaron su dinero. [2]
Se trata del caso en que el gobierno dilapida los fondos que pidió prestado, ya sea en malas inversiones o en corrupción, y en lugar de superávit genere un déficit en sus cuentas. Ante esta situación se le presentan dos caminos : honrar la deuda o no hacerlo.
Si el gobernante se decide por la primera opción, deberá aumentar la carga fiscal para poder generar el superávit necesario para lograr devolver el préstamo y sus intereses. El segundo camino es directamente ignorar la deuda, desconociéndola y endosándole el quebranto a la sociedad. Históricamente, los gobiernos argentinos han optado indistintamente por ambas vías. Los superávits generados por cargas fiscales han tenido en diferentes casos una u otra finalidad.
Mediante tales cargas tributarias penaliza a las gentes por las sumas que él ayer dilapidó. El aparato gubernamental, como contrapartida de tal imposición, ningún servicio presta a los ciudadanos. El gobierno abona intereses por un capital que se ha consumido, que ya no existe. Sobre el erario recae la pesada carga de torpes actuaciones anteriores.[3]
Este es el final conocido de la historia, al menos en Argentina, y dado que el profesor L. v. Mises no escribe exclusivamente sobre Argentina, es lo que con frecuencia ha ocurrido en el mundo. Pero esto sucede sólo cuando el gobierno decide pagar el capital y los intereses que dilapidó.
Ha sucedido también que, pese a la mayor carga tributaria para conseguir superávits, esas sumas se destinen a otros objetivos, como satisfacer las necesidades de la misma clase gobernante, o empresarios amigos, o populismo, repartiendo el excedente entre quienes se supone o se pretende que le den su voto.
Es que, en realidad, como tantas veces hemos dicho, no debe haber ni déficit ni superávit en el Presupuesto Nacional. Este debe estar siempre equilibrado, ya que la función del gobierno no es ni ganar ni perder el dinero de los contribuyentes.
La situación no es nueva en Argentina :
Alfonsín redujo con éxito el presupuesto del gobierno nacional y logró incluso transformar un déficit fiscal que alcanzaba el 6 por ciento del PIB en 1982 en un superávit de algo más del 5 por ciento en 1985-1986. ¿Pero qué podía solucionar esto cuando los déficit de las administraciones provinciales literalmente se dispararon durante el mismo período, excediendo el 7 por ciento del PIB nacional en 1987? Sencillamente sucedió que los gobiernos provinciales esquivaron las consecuencias de las medidas de austeridad del Plan Austral pidiendo prestado —y gastando— más dinero y, sobre todo, expandiendo el empleo del sector público —que, de hecho, servía como un seguro de desempleo— hasta niveles increíbles. [4]
Pero, por otra parte, lo que nos interesa destacar aquí es que, la meta del superávit fiscal no es algo que propenda la Escuela Austríaca de Economía como la panacea de todos los males como proclaman los partidarios del gobierno auto titulado ''libertario''. Si a ello se le suman los superávits logrados en el pasado y pulverizados poco tiempo después, se agrega un motivo más de duda sobre la eficacia de este resorte como remedio infalible para todos los males que padece la economía.
[1] Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. Pág.349/350
[2] Mises, La acción humana …ibidem Pág.349/350.
[3] Mises, La acción humana …ibidem Pág.349/350.
[4] Mauricio Rojas, Historia de la crisis argentina. © 2003 en español Timbro/SFN y Fundación CADAL. pág. 92/93.
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