En 1989 Raúl Alfonsín gobernaba la Argentina. Después de tener durante dos
años consecutivos un superávit fiscal por encima del 5% y 6% del PBI, hacia el
final de su mandato tuvo una inflación del 200% mensual. El destrozo económico
le obligó a anticipar las elecciones para evitar agravar el caos social que ya
se había desatado y, de paso, eludir un nuevo golpe militar. Y entregó anticipadamente
el poder a Carlos Menem, el peronista que había ganado las elecciones de ese
mismo año.
Menem ganó y asumió con un proyecto populista típicamente peronista. Durante el primer año de su mandato intentó ponerlo en práctica, pero rápidamente se dio cuenta que tal era el estrago económico del país que el populismo (ofrecido en campaña) sólo empeoraría más la situación. Ni lerdo ni perezoso, dio un violento ''volantazo'' a la gestión económica, y comenzó a convocar a personas ajenas al peronismo y cercanas al liberalismo para que lo asesoraran económicamente. Tras varios cambios de ministros de economía, finalmente designó a Domingo Felipe Cavallo al frente del ministerio del ramo, y en 1991 consiguió que el Congreso aprobara la llamada ''Ley de convertibilidad''.
Si bien dicha ley no era estrictamente una ley que pueda decirse ''austriaca'' ni liberal, se le aproximó bastante y, dado el contexto sociocultural de la época, representó un avance gigantesco comparado con las políticas dirigistas que le antecedieron.
La mejor virtud que tuvo la Ley de convertibilidad fue la de poner un freno a la inflación desbocada existente. Si bien fue acompañada por otras medidas desregulatorias, el creciente gasto público, el endeudamiento y la elevada presión fiscal, ente otras variables, constituyeron un lastre importante, que mientras se mantuvo constante no perturbaron la estabilidad obtenida en los precios, la que se conservó a lo largo de casi una década. Finalmente el sistema se desplomó al desbordarse las inconsistencias antes apuntas, sumado a un atraso cambiario que se hizo insostenible y a los intereses creados de los sectores que estaban acostumbrados a vivir de la inflación generada por el aparato estatal.
Ahora bien, viniendo ahora a la actualidad. Con esa experiencia (al menos en los aspectos que fueron positivos) y conociendo las debilidades que lo llevaron al fracaso ¿por qué este gobierno que tanta admiración expresa a Menem, no intentó algo parecido?.
Menem no perdió tiempo al asumir echándole la culpa a ''la pesada herencia recibida'', el mantra que todos los gobiernos siguientes comenzaron a ensayar casi sin excepción desde Fernando de la Rua hasta el gobierno actual.
En lugar de culpabilizar a Alfonsín y, de esa forma, justificar sus propios errores, tomó ‘’el toro por las astas’’ y llevó a cabo una política que asombró a todos, porque en campaña había prometido exactamente lo contrario a lo que terminó haciendo.
Pero mi punto es: con aquella experiencia y su relativo éxito (al menos temporal) ¿no podía este gobierno ponerla nuevamente en práctica evitando incurrir en los desaciertos que se cometieron en aquel entonces?.
Si un presidente peronista (en contra de su partido) pudo llevar adelante medidas de corte -digamos- cuasi liberal; si Menem abandonó el discurso populista y comenzó a hablar que su política sería la de una ''Económica Popular de Mercado’’, ¿cómo es posible que un gobierno que ‘’se llena la boca’’ autoproclamadose ''liberal'' no puede hacer lo que pudo hacer el peronista Menem a quien, encima, admira y pondera?.
No se diga que las condiciones fueron ‘’distintas’’, porque Menem recibió un economía hiperinflacionaria, estatista, con empresas del estado por todas partes, sindicatos poderosos, regulaciones por doquier. Y si fueron distintas, las que afrontó Menem fueron mucho peores.
La respuesta, quizás, sea que Menem fue un político pragmático y un dirigente carismático. Hábil negociador y -en alguna forma- y mal que nos pese, un líder que lograba convencer. Se dirá que fue un corrupto y quizás haya sido asi o, directamente lo haya sido por completo, pero los datos son innegables en cuanto a crecimiento económico y estabilidad monetaria logrados casi de forma instantánea en medio de un contexto de hiperinflación como el que había dejado Alfonsín y sin precedentes en la historia económica argentina hasta entonces.
La idea no es exaltar la figura de Menem. Asumamos que fue un personaje corrupto (aunque los Kirchner y sus secuaces estuvieron más tiempo que él en el poder y lo superaron en corrupción ‘’por varios cuerpos’’ (en lenguaje de los que apuestan en carreras de caballos).
La percepción ciudadana sobre la convertibilidad es que fue algo muy bueno que fue arruinada por la corrupción. Pero si este es el diagnóstico popular, la conclusión sería (o debería ser) que, eliminada la corrupción la convertibilidad sería un éxito rotundo. Entonces ¿cómo entender que un gobierno que se auto titula ‘’liberal’’ y se jacta de ser impoluto e incorrupto no la adopte y la complemente, además, con las restantes reformas estructurales que Menem evidentemente no hizo?. No se entiende.
Algo, sin embargo, tienen en común este gobierno y Menem. El riojano prometió populismo y terminó haciendo liberalismo (a su manera desprolija, torpe y campechana). El actual, prometió liberalismo y terminó haciendo populismo. La diferencia esta entre quienes saben hacer populismo y quienes no.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario