Accion Humana

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Revista Digital

Una tradición política

 


Por Gabriel Boragina ©

¿Puede alguien inestable emocionalmente ocupar cargos públicos?

La situación en Argentina es peor que esa pregunta. Y se trata de que conferirle poder a un megalómano es de una irresponsabilidad social mayúscula. 

Pero casi es una tradición en el país, donde el populismo se nutre precisamente de ese tipo de personalidades. Con la sola excepción de unos pocos nombres, casi todos los gobernantes argentinos sufrieron de este síndrome. Y fue más agudo cuando, paradójicamente, fueron acompañados por el voto.

El voto le da al megalómano un aire de superioridad mucho mayor que al gobernante de facto, porque este -en última instancia- es plenamente consciente de que esta allí porque ha usurpado el poder. Aunque hay excepciones.

·                     Infantilismo irresponsable.

Una sociedad paternalista es sintomática en el punto, cuando creyéndose ''democrática'' elige alienados para que ocupen el poder. Casi se diría que es (o parece) a propósito, a fin de tener a quien culpabilizar si las cosas comienzan a ir mal, es decir, una especie de coartada social para no asumir la responsabilidad de haber elegido a la persona inadecuada.

Proclive con entusiasmo a creer sus propias mentiras, el argentino promedio cree que vive en una ''madura'' democracia. Y hasta, en su ingenuidad, puede incluso, sentirse orgulloso de ello.

Hay cierta semejanza entre los grados de autoridad de las sociedades estructuradas militarmente y el paternalismo, donde se reconoce que la máxima jerarquía pertenece a quien ocupa el más alto nivel de autoridad dentro de una distribución similar a la familia.

Si bien el concepto de autoridad familiar se ha venido devaluando con el tiempo, en parte por obra de la misma figura paterna que fue resignando autoridad transfiriéndola al resto del grupo familiar, aún quedan resabios a nivel social que se han trasladado casi inconscientemente a ese comportamiento, y de allí al político,

Por ello, la tendencia a esperar de una autoridad política un cuidado y una atención semejante a la recibida de la familia paterno-materna.

·             La culpa es del ‘’otro´´, y el ‘’otro’’ es el gobierno (u otros gobiernos).

Las aptitudes o discapacidades mentales del gobernante elegido importan en países paternalistas como Argentina, por cuanto todo se hace depender del mismo. La ficción de la división de poderes es algo que sólo queda en el texto constitucional, pero nunca en las prácticas concretas de la vida política misma.

Claro que hay presidentes que son más cuidadosos por la república que otros. El ejemplo más a mano que tenemos y cercano en el tiempo es el de Mauricio Macri, pero ha sido ''la mosca blanca'' de la política argentina en medio de un maremágnum de caudillos grandes y pequeños (o malos aspirantes a serlo) más o menos dañinos que han buscado, al fin de cuentas, lucrar a costa del contribuyente, al menos hasta agotar el mandato.

Esas aptitudes o discapacidades referidas antes, siempre van a ser el fiel reflejo de la masa votante. El ganador será, recurrentemente, el que represente el estado mental de aquellos quienes le dieron con su voto el triunfo final.

Es así que, el ciudadano promedio ha hecho una costumbre en echar el pecado de sus infortunios y desaciertos al gobierno de turno, actitud que también adoptan los mismos gobernantes cuando al asumir y ejercer los poderes conferidos por el voto, responsabilizan a los gobiernos que les precedieron de sus propias malas gestiones. Lo constante a nivel político social es la irresponsabilidad de los actos. No es extraño, pues, que se diga que la argentina es una sociedad irresponsable.

Durante el ejercicio del poder se continua con el mismo comportamiento, cargando los fracasos a la oposición partidaria por los malos resultados, y atribuyéndose los buenos (en cambio) a la propia gestión.

·                     Eligiendo al tirano de turno.

Pero a grandes rasgos, una sociedad hipócrita como la argentina gusta creerse democrática, cuando su historia no muestra más que la sucesión de gobiernos militares y civiles que, incluso, muchas veces han cooperado entre si cuando les tocaba gobernar a los primeros y no a los segundos. De allí que, la denominación más apropiada sigue siendo la de gobiernos cívico-militares, que es la que se ajusta más estrictamente a la realidad histórica.

En esta línea, el ciudadano argentino recuerda sus deberes cívicos sólo cuando le toca votar, cada dos o cuatro años. El resto del tiempo lo dedica a cumplir su horario en la oficina o empleo que tenga, luego ver futbol y divertirse en familia (o fuera de la familia) dejando las cuestiones políticas en manos de los políticos, de quienes solamente se espera que provean ''el pan de cada día'' a cada familia. Y si no es así, a criticarlos con resignada amargura, lamentándose de haberlos votado. Siempre la misma historia. Año electoral tras año electoral.

La queja política no va más allá del diván del living o del dormitorio donde este instalado el televisor que es el mudo receptor de los inútiles lamentos del televidente.

La Argentina es un magnífico ejemplo de cómo el autoritarismo puede revestir ropajes democráticos. Y de la infantilidad del ciudadano promedio de cómo puede creer que vive en una sociedad democrática no autoritaria.

·                     Derecha e izquierda. A cada cual le toca su turno.

Ya explicamos otras veces que las masas (poco amigas de sutilezas ''ideológicas'') están acostumbradas a dividir a los partidos políticos entre izquierda y derecha y, en ocasiones, centro. Pero la tendencia general y aceptada es a polarizarlos en extremos. La ciencia política ha superado esta simplificación, aunque popularmente se mantiene.

En la línea de irresponsabilidades sucesivas aludidas antes, he observado cierta recurrencia en el voto ciudadano. Los errores de la derecha créense que puede solucionarlos la izquierda, y la de estos la derecha. Esta falacia popular es otra expresión del infantilismo aludido antes. Los partidos políticos alientan este discurso con fines puramente electoralistas, y aun pueden estar convencidos genuinamente de que es de ese modo. Se dice que los programas de gobierno de una y otra tendencia estarían ''agotados'' y ha llegado la hora de una ''renovación''. Esa ‘’renovación’’ implica cambiar de signo político, y si es la derecha la que gobierna, entonces votar a la izquierda, y viceversa en caso contrario.

Esta forma de concebir los problemas políticos hace que las sociedades que están imbuidas de tal falsedad permanezcan estancadas siempre en el mismo lugar y, en el largo plazo, retrocedan en relación a otras naciones más realistas y maduras.

·                     Intolerancia y autoritarismo.

Concatenados con los problemas que vamos reseñando, están estos dos factores que son otros tantos rasgos de las sociedades paterno-infantilistas como las he designado. Como un adolescente que no termina de madurar o, peor, se niega a hacerlo, la sociedad argentina (entrampada en ese círculo vicioso) puja consigo misma tratando de escapar a sus propios dilemas sin lograrlo.

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